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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Era ella (bis)

Sigo buscándola y no la encuentro. ¿Dónde estará? Es un sin vivir indagar por las calles de la ciudad para buscarla y a la vez intentar fijar en mi mente sus ojos, su rostro, sus pantalones vaqueros, su melena parda, para no olvidarla con el paso del tiempo. Escruto los ojos de muchas mujeres que se cruzan conmigo en la calle y temo que al observar tantos rostros acaben por borrárseme sus facciones, o, lo que es peor, mezclarse con otras y obtener una imagen injusta, y ya irreconocible. Debo encontrarla cuanto antes.

Era ella

Hoy, 23 de junio de 2004, dejé por un rato la corrección de mi último libro y salí al hospital a visitar a una amiga. Deprimente: tan mal está, con esa juventud de los poco más de treinta años, que me dijo que no soportaba las visitas, que se mareaba de la medicación y que prefería que no la molestáramos por el momento; que regresara en cinco días. Cuando subía a verla, ocurrió algo inesperado y mágico. Entré en el ascensor que me subía a la décima planta. Al otro lado, junto a la puerta opuesta, la mirada de una joven me dejó como en un encantamiento. Sus ojos vivos se encontraban con los mío y yo los apartaba, cobardemente, tal vez. Los suyos eran hermosos, pero además poseían una fuerza que incendiaba mi mirada. Cuando no podía verme, yo la observaba: su melena parda, sus manos, sus dedos. Seguía esquivando su mirada cuando se tropezaba con la mía. Mientras, me preguntaba en qué piso se detendría. Casualmente, se paró en el décimo, como yo. Aunque la puerta que tenía junto a mí embocaba directamente con el pasillo en que se encontraba la habitación de mi amiga, salí por la opuesta para seguir a la joven. Caminaba tras ella, miraba su pelo, y trataba de pensar en qué razones había para esta casualidad. Entró en el mismo pasillo al que yo iba, y entró en una habitación enfrente. Yo abrí la puerta de la habitación de mi amiga y la mantuve abierta con la excusa del calor, de la necesidad de que corriera el aire. Pero necesitaba ver cuándo ella se marchaba.
Mi amiga me repetía que me marchara, que gracias, pero que estaba mal. Yo aguanté un rato, y en un momento vi que la joven salía con una mujer adulta de la habitación. Yo me despedí tal vez algo bruscamente. Con todo, pasó el tiempo suficiente como para no alcanzarla en el ascensor. Entonces, me precipité por las escaleras, a una velocidad que desconocía ya en mí. Bajé los diez pisos y salí corriendo a la calle. No muy lejos vi su melena y sus pantalones vaqueros.
Pensé en el personaje de mi segunda novela y comencé a seguirla. ¿Esto está bien en un hombre... real? ¿Esto se hace en la realidad o es sólo factible en la ficción? ¿Es ilegal? ¿Si se entera, se escandalizará, se asustará? Estos pensamientos me ocupaban mientras la seguía. Su caminar era dulce, pausado, sin agitación. Mantuve una distancia lo suficientemente amplia como para no poder ser visto. Una calle, y otra, hasta que entró en la zona más antigua, en una calle donde se han abierto varias librerías que conozco como la palma de mi mano. Sin embargo, entró en una librería médica que apenas he visitado una vez, cuando acompañé a una amiga del gremio. Y me pregunté: ¿Estudiará medicina? Se detuvo antes en el escaparate, miraba los volúmenes tras la vitrina y entró. Pasé al lado y vi que efectivamente eran libros médicos, especialmente de pediatría. Yo entré en un bar de enfrente, desde donde podía perfectamente vigilar la puerta y advertir su salida. Pedí una botella muy fría de agua, que pagué inmediatamente por si tocaba salir de improviso. El bar tenía encendida la televisión: ponían un programa-concurso sobre La isla del tesoro. La concursante había fallado cuál era la pierna que le faltaba a John Silver el Largo. En ese momento, la joven salió de la librería con una bolsa, que escrutaba mientras caminaba. Salí tras ella, con nuevas preguntas: ¿Para qué la sigo? ¿Estoy idiota? ¿Voy a hablarle o sólo quiero saber dónde vive? ¿No puedo ser un poco menos cobarde y acercarme a ella? ¿Y si tiene pareja? ¿Cómo no va a tener pareja? ¿Estudiará medicina? ¿Es ella, la mujer que siempre he esperado?
Siempre he pensado que cada hombre espera a una mujer y que se pasa la vida buscándola. Con mucha frecuencia nos engañamos y pensamos que ésa es, pero el tiempo desdice nuestras primeras impresiones. Tal vez las mujeres piensan algo parecido. Y también se conforman con algo inferior al ideal. También es cierto que yo soy muy enamoradizo, y que esto me ocurre con frecuencia. Ese destello no es nuevo de hoy, pero hace dos horas lo sentí como único, como más intenso. Su mirada ardía aún en mi recuerdo aún tierno y me decía de su vivacidad, de su calidez.
Además, yo siempre había soñado con una pareja que fuera médica, pensé cuando salía de la librería, más por ponerme pragmático, o por añadir algo más terreno a ese destello, que se multiplicaba también con el sol que me encontraba enfrente y que me dificultaba el seguimiento. De repente se paró. Miró, al parecer, la cuenta, y se dio la vuelta. Se topó conmigo, y sonreía, creo, o quiero creer. O tal vez ni se fijó en mí, ni me recordó. Desde luego no se sorprendió con un qué casualidad, hace un momento nos vimos en el hospital y ahora nos encontramos en la calle. No, no se veía sorprendida en ese aspecto. Pasó a mi lado. Me di la vuelta y advertí que, lógicamente, entraba en la librería. Me detuve también, como mirando los edificios, como si no los conociera de siempre, porque no quería seguir caminando, si no esperar a que saliera y de nuevo me pasara. Y así continuar siguiéndola.
Parecía divertido actuar como un personaje. ¿Y si me acostumbro a esto? ¿No será enfermizo? A ver si después de dejar el tabaco y el alcohol, después de cinco años de pureza, me dejo caer por esta manía, me decía mientras miraba los edificios. Tranquilo, me respondía: estás en tu sano juicio, o, cuando menos, estás en la media de lo que hoy se acostumbra. Y miraba edificios. Hasta miraba con detalle uno que conocía hasta decir basta porque había trabajado en su interior. El caso era no caminar más, y esperar. Eso sí, descubrí una nueva rehabilitación de un edificio que habían dejado verdaderamente bello. Era una calle de viejos palacetes castellanos; algunos de los que un día existieron se habían derribado hace treinta o cuarenta años por edificios más modernos de ladrillo, pero que en las últimas décadas la conservación y las restauraciones la habían convertido en un paseo coqueto, extraordinariamente tradicional, que acaba en las calles por donde antiguamente fluía el río Esgueva y sobre la iglesia de La Antigua. Pensé: siempre me pasan cosas extraordinarias en esta zona, cerca de esta iglesia.
Miré de nuevo y vi que ella regresaba. La melena parda, sus pantalones vaqueros, su jersecito azul sin mangas. Yo hice como que andaba tranquilamente, sin mirar más atrás. Y al final de la calle, me volteé, pero no la vi. La había perdido. La había perdido en apenas diez metros. No podía ser. Se habrá metido en un portal. Jo, pues deben ser carísimas estas casas rehabilitadas del centro. Verdaderos millones cuestan esas casas, lo cual sí era compatible con su caminar, su apostura, su mirada, el brillo de sus ojos. Pero no tanto con la mujer con la que me topé en el pasillo a la salida del hospital cuando precipitadamente salí de la habitación de mi amiga para seguir a la joven. ¿Sería su madre la mujer a la que agarraba y que regresaba de despedirla cuando yo salía? Se parecía algo. Todas las mujeres delicadas se parecen, conjeturé. Y seguí preguntándome dónde se habría metido. Miré en el interior de un cíber, en un bar, en un laboratorio fotográfico, y nada. Esperé cinco, diez minutos, quince, y no salía. Imaginé que me miraba desde un balcón y se reía. ¿Vivirá por aquí?, continuaba cuestionándome. ¿Se llamará Ana?
Por fin me marché. Pensé que tal vez debía regresar al hospital, aunque mi amiga estaba tan mal que me rogó no regresara hasta la semana próxima. O quizá podía volver a esa calle, e indagar. Rondar la Facultad de Medicina era absurdo, pero había de hacer algo. Y si la veo, ¿le voy a hablar? Lo más seguro es que si la hablo me va a mandar a paseo. Lo mejor era dejar que este fuego, que ese destello de su mirada, que el brillo de su melena parda se fuera apagando en mi interior. A veces la soledad nos hace emprender aventuras estúpidas como seguir a una mujer para no atrevernos a decirle nada, me consolé. Pero, ¿y si era ella? ¿y si era la mujer que yo había esperado siempre? ¿Cómo podía saberlo? ¿Y qué debía hacer? Mañana sería otro día, y tal vez tuviera una respuesta para alguna de estas preguntas.

Noa (I)

A Noa la conocí cuando comencé mis clases en la Universidad, aunque sin duda en alguna ocasión me había cruzado con ella en el instituto. Entonces sí había oído hablar mucho de ella: su pericia en las traducciones de Julio César, Cicerón y Virgilio, o su sorprendente actitud en las vacaciones en Italia, donde yo no fui porque salía con una chica muy celosa y no quise que sufriera mi ausencia. Parece que todos los italianos se peleaban por ella y las otras muchachas comenzaron a hacer correr unos bulos de envidia que llegaron a mis oídos, lo que se añadió a la imagen mítica que con retazos contradictorios iba yo fraguando en mi mente de aquella mujer. Pero hasta que no inicié mis clases en la Universidad no la conocí y pude hablar con ella. Era tan inteligente y hermosa que parecía un sueño, y en esa categoría se quedó para mí: un sueño.
Y pasó el primer curso. Al iniciarse las vacaciones, la muchacha celosa me abandonó porque su hermana me había descubierto conversando con una amiga a la que yo no había visto hacía años y con la que por ello me apetecía hablar, por ver cómo le iba la vida y contarle que la mía marchaba bien. La famosa hermana me vio en la calle hablando con esa otra amiga y la celosa me abandonó indignada. Hoy esto parece increíble, pero entonces a la incredulidad se añadía la indignación y el drama.
El verano pasó y se llegó septiembre, cuando había de cumplimentar la matrícula para el nuevo curso. Mi verano había sido doloroso: por las tardes bebía litronas sobre la hierba -y ya ebrio escribiendo mi tragedia-, tras regresar de unas excavaciones arqueológicas en un pueblo de una provincia próxima de donde extrajimos varios ajuares de la Edad del Bronce. Pero el día de la confección de la matrícula para el nuevo curso parecía el inicio del cambio, porque fue mucha la casualidad cuando en el único exacto punto en que naturalmente se cruzaban los caminos a la Universidad de Noa y el mío, ocurrió el milagro. Sólo ahora que vuelvo a ese tiempo acabo de percatarme que ese mismo punto fue en el que la hermana de la celosa me vio hablando con aquella amiga y en el que por última vez, a los tres días, charlé infructuosamente con mi pareja para que regresáramos juntos. Sí, ese punto es mágico en la ciudad: se eleva ahí la iglesia tardorrománica de La Antigua –la que adoran en esta ciudad católicos y ateos-, que ya abre el gótico más precioso y antes debió existir un punto arcano donde a buen seguro que se realizaban ritos propiciatorios de la agricultura y de iniciación bajo un roble en época vacea. Si no, me pregunto ahora que recuerdo esto, por qué todo sucedió en aquél mismo punto, al amparo de esa coqueta iglesia que representa a la ciudad. Si yo no fuera un tanto incrédulo, pensaría que algo interesante se produjo entonces en ese mismo reducido espacio. Que yo no lo crea no quiere decir que no se produjera.
Pero yo quería recordar a Noa. Lo cierto es que lo hago cada día desde aquel momento. Y es un dolor tan profundo, sólo comparado al que ella me infringía a diario cuando nos veíamos. Porque después de encontrarnos la mañana de la matriculación, y charlar un buen rato –yo estaba emocionado-, pasaron los días y comenzó el curso. Yo seguía sentado tras ella como en el anterior, hasta que llegaron las primeras calificaciones. Era un examen de árabe. Todo el mundo sabía que yo no cometía ni un solo error en esta materia. Había que probar si seguía esa misma pericia mía con el nuevo curso. Esperábamos las calificaciones cuando Noa me ofreció una invitación a cenar si en la corrección se demostraba que continuaba sin cometer un solo fallo. Así fue; tenía un 10. Y ese mismo sábado por la noche salimos juntos a cenar.
Esa cena maravillosa y la compañía de aquella muchacha inteligente, sensible y bella como ninguna se fijó tan indeleblemente en mi recuerdo que hasta hoy me duelen sus consecuencias. Desde entonces, todo ha sido un arrastrarme por la vida con un recuerdo a cuestas que ha determinado indefectiblemente mi vida. Casi a diario, cuando paso bajo su ventana evoco aquellos tiempos en los que se mezclaba el placer y el dolor. Me pregunto si la decisión de abandonarla fue la adecuada o debía continuar soportando los efectos de un carácter complejo que con frecuencia me hacía sentirme humillado.

Anti qué

Acabo de leer en El Nuevo Día de Puerto Rico, con fecha de 18 de junio, un artículo de un tal Carlos Alberto Montaner titulado “España y el antiamericanismo”. Todos sabemos la ideología de este periódico y quién lo manda. Pero no debe permitirse tanta manipulación e insultos de alguien que desconoce la historia de España y del mundo. Es de risa lo que dice, pero imagino que el lector puertorriqueño sabrá apreciarlo. Sé que les ha sentado muy mal la victoria de los socialistas en las elecciones españolas, y le sigue pareciendo mal su victoria en las europeas (le recuerdo que no son marxistas, a lo que parece que teme). Si los españoles han querido volver a respirar por medio del voto a Zapatero no tiene nada que ver con Estados Unidos (o lo que él entiende por América). En España había asfixia, privatizaciones, mentiras, manipulación, explotación, listas negras y muertos por una guerra que no era de España. Nadie nos había invadido. Nosotros, como tantos pueblos, no nacimos con el miedo y los medios de comunicación no nos infunden ese miedo. Esto es otra sociedad diferente, que hemos vivido tragedias, hambre, invasiones, guerras, luchas en todo orden, y momentos de esplendor. Por eso podemos sabemos que el miedo atenaza a los pueblos. Por eso podemos cambiar de voto. Antes luchamos contra quienes inculcaban nuestra independencia, contra el terrorismo desde hace casi cuatro décadas, con centenares de muertos, enviamos misiones a los Balcanes o Afganistán, y queremos cambiar de gobierno cuando nos mienten, aunque la economía vaya a mejor. Podemos luchar contra las amenazas, pero desde el diálogo y la actividad policial y la legalidad jurídica. En Estados Unidos no se entiende el cambio de gobierno, parece ser. Lo comprendo. Pero insisto en que el Partido Socialista no es marxista. Cuando el articulista hablar de “la izquierda”, que lo diga sin miedo. Conozco a muchos, y no son demonios. Tampoco es lícito que al lado de hombres ilustres del arte hispánico como Berlanga o el recientemente fallecido Bardem, ponga el de Stalin, al que dice que ellos apoyaban. Qué ignominia.
Aquí no somos tontos. Me sorprende ese texto y no podía creer lo que leía. ¿Cómo es posible tal parcialidad y tergiversación? Habla de una supuesta encuesta ¿Una encuesta de quién? ¿Será la encuesta acerca de la guerra contra Irak? Oponerse a la guerra no es ser antiestadounidense. Se puede amar Estados Unidos y no querer la guerra. Pero no se debe pensar que quien está contra la guerra está contra Estados Unidos. Eso tiene un nombre y no lo digo por feo.
Siento que no conozca la historia, o, peor, que la esté manipulando. No es problema del “izquierdismo”. Son tantos los hechos de cierto malestar contra Estados Unidos:
1) Estados Unidos arrebató 1/3 de los territorios al México hermano en el siglo XIX
2) Estados Unidos mintió, destruyó un acorazado propio y se inventó una guerra para eliminar la autonomía de Puerto Rico y Cuba, y Filipinas y arrebatárselas a España en vez de otorgar la independencia de esas tierras. Carlos Fuentes dice que así se convirtieron en el patio trasero de Washington.
3) Estados Unidos apoyó a Franco (nunca el ejército estadounidense vino a lucha a España, pues Estados Unidos no era hostil a los fascismos hasta mucho después) y la dictadura perduró hasta su muerte, con la ayuda de Washington (A veces es curioso ver la historia de Coca-Cola en Alemania, y la de Fanta, sobre todo).
4) Estados Unidos apoyó las dictaduras de otros países hermanos en Hispanoamérica en las últimas décadas. Su actitud con Cuba no favorece la salida del dictador sino que lo ha convertido en un héroe para muchos.
5) Estados Unidos ha creado una hostilidad y guerras contra el mundo árabe, del que nosotros consideramos sus herederos por lo que supusieron de progreso científico y cultural para España y Europa, de tolerancia (en las ciudades españolas puede ver los barrios cristianos junto a los árabes y los judíos, que eran normales hasta la Católica y la trágica Inquisición) y solidaridad (no todos los musulmanes son iguales, como no todos los cristianos lo son). Y no se hable de sus guerras (pobre Lawrence), hasta la última contra el pueblo de Irak.
6) Estados Unidos mantiene bases militares en España desde Franco, y apoya a Marruecos, lo que dificulta la independencia del pueblo Saharaui, exiliado desde hace casi tres décadas en los desiertos de Argelia, pero para su desgracia legítimo poseedor de unas tierras ricas en petróleo.
No. No somos tontos. La tarea de Estados Unidos es la misma que todos los imperios en la historia (incluido el español) y eso no es bueno. Pero posee tantos aspectos maravillosos que, a pesar de todo, no somos antiamericanos. No sólo porque amamos Chile, México, Cuba, Argentina, Bolivia..., sino incluso porque no somos del todo anti-estadounidenses. Pero aun amando en muchos aspectos a Estados Unidos no podemos dejar de criticar lo que nos parece mal, sus abusos de poder y la conculcación de la verdad. Pero no somos sólo nosotros sino hoy ya el mundo, que sufre por el poder del mercado, la extensión de la pobreza, la infantilización de la cultura y la manipulación de la verdad por parte de ciertos medios informativos.
Es una lástima que un periódico serio no diga cuál es la fuente de esa encuesta, la empresa encuestadora, que no diga cifras, que no hable de márgenes de error, ni el tipo de encuestados, etc. ¿Existe esa encuesta?
Qué pena de manipulación. Después de todo, queremos seguir siendo justos y lucharemos por la verdad; repito: la verdad. Y ejerceremos nuestro poder de crítica. Contra lo que se dice en otros lugares y en los países de poderosos medios de información, en España vieron la luz los primeros parlamentos europeos (1188 en León, que fue el primero de Europa; en Cataluña en 1217; y en Castilla en 1265), las libertades municipales y democráticas que aplastó Carlos V cerca de Valladolid el 23 de abril de 1521, cuando se formaba el imperio (todo imperio es incompatible con la democracia plena), se denostaba a la liberal reina Juana tras haber fraguado en cierta nobleza el ultraconservadurismo católico de la reina Isabel, que sí expulsó a las minorías religiosas y étnicas porque se comenzó a vivir el miedo al “otro”. Después llegaron las diferentes versiones de la tragedia de las dos Españas. Pero, repito, que hoy España sólo desea la verdad y no el miedo.
Seguiremos queriendo y admirando a Estados Unidos; amando fraternalmente a los países que hablan la lengua común que ya no es sólo nuestra sino de millones de hermanos; adorando al mundo árabe; sintiéndonos europeos.
Y criticaremos la manipulación, porque somos libres para hacerlo.

Europa (III)

Efectivamente se acabó ayer la primera jornada de la Eurocopa. Y no resultó en sus partidos más gratificante que en los grupos anteriores. En primer lugar, a las seis de la tarde jugaban Letonia contra Chequia, una de las que se consideraban seguras revelaciones del torneo. Dos países de antiguo vínculo con la extinta Unión Soviética y hoy recién integradas en la Unión Europea, así que se presumía una especie de tregua, pero parece que en el este soplan vientos semejantes a los del oeste. A traición, Letonia marcó un gol (el primero de su historia). Menciono lo de la historia porque hoy para todo comentarista todo lo que sucede en un partido es histórico: el gol de cadera de Fulano (nunca antes un jugador de no sé qué lugar había metido un gol así, dice el comentarista), el resultado de no sé qué partido (el locutor dice que es la primera vez que en el partido de A contra B quedaban 3 a 2, evidentemente porque era la segunda o tercera vez que se enfrentaban), o la entrada de una gallina al campo (es la primera de esa especie y ponedora de huevos de clase C). Para esos comentaristas todo es histórico. Uno imagina el concepto de historia que tienen estos hombres, o, peor, lo que la historia ha llegado a constituir en la sociedad de hoy, anamnésica y presentista.
Y hablando de historia, pues fue histórico todo lo que pasó, porque nunca se habían enfrentado esas selecciones. Aquí veo que histórico significa nuevo, inédito. En fin, el caso es que al gol por sorpresa de Letonia siguió la desesperación de Chequia. Pero si uno mira bien, los checos fueron más pérfidos, porque dejaron a los letones que se regodearan en su gol, histórico, y en unos minutos, al final, les metieron dos. Claro, que ya podrían los checos con jugadores así. El caso es que a lo que se ve estos países recién entrados en la UE lo hacen a codazos.
Sin embargo, esto resulta casi peor en los del oeste, miembros de antiguo de la Unión. Así se vio en el último partido de la ronda: Alemania contra Holanda. Cualquiera sabe que este clásico retrotrae la memoria de todos a 1974 y la final de Munich. Después, a finales como la ganada con el famoso gol de Van Basten. Y varios encuentros que resultan lo mejor del fútbol, de dos países vecinos, parientes, pero que tienen una concepción del fútbol radicalmente diferente. Lo hermoso eran las gradas, anaranjadas de holandeses, pero con alemanes que disfrutaban en compañía de sus adversarios, que tras el partido (como antes) se tomaban sus pintas de cerveza juntos, en una hermandad envidiable. No, no eran ingleses, que sólo han destrozado una ciudad un día, por el momento. Ellos son alemanes y holandeses y son gente civilizada. Pero eso fuera del campo, porque dentro es otra cosa.
Primero, el gol de Alemania fue sin avisar. Uno tira con la intención aparente de un indirecto y se convierte en libre directo, así que la defensa ni el portero la tocan porque se han quedado perplejos. Así no. No sé si quedará algún resquemor del conflicto internacional, de la guerra y todo eso. El caso es que los holandeses querían el gol, pero los alemanes no se dejaban, e incluso parecía –me parecía- que querían meter otro. Uno dice: ¿el entrenador de Holanda no sabe la necesidad que tiene un equipo de un volante? Porque si hubiera sido así, Van Nistelrooy hubiera estado asistido de balones y marcado antes. Sólo en los últimos minutos (cuando más duele) Holanda marcó su gol y dejó a los alemanes con la desilusión de dos puntos perdidos. Ya podían marcar cada uno en un tiempo normal y por buenas arte, avisando y sin mala intención.
Si nuestros políticos están temblando aún por lo sucedido en el fin de semana con las elecciones europeas, y ahora corren para terminar el texto de la Constitución de Europa, resulta que el pueblo (futbolistas y aficionados) se entrega a una práctica rupturista, vengativa y de muy malas artes. Con esto se contribuye poco a la Unión y a arreglar su estado actual, algo deteriorado tras los comicios.
Esta tarde España juega de nuevo, con Grecia. En la fase de clasificación, como hermanos mediterráneos, cada uno ganó un partido. No sé si hoy en Portugal quedarán empate. Pero seguro que hay un juego solidario, amistoso. Hay amigos míos que dicen que va a haber mucha lucha y que cuidado. No lo creo, pero si así fuera sería porque ese euroescepticismo del norte comienza a llegarnos a los del sur, quienes amamos tanto a Europa porque ayudamos a construirla desde los tiempos de Tartesos y de Micenas. Veremos qué sucede estar tarde.

Europa (II)

Pero más que las elecciones europeas lo verdaderamente importante es la Eurocopa. Aquí sí que Europa se encuentra bien representada. Los europeos se interesan por el fenómeno, abarrotan los campos, permanecen pegados a sus televisores y acuden en masa por las mañanas a comprar los diarios deportivos. El índice de natalidad baja (¡aún es posible que baje!) porque los ciudadanos de la Unión (y los de fuera) permanecen atentos a la escucha de las emisoras de radio. Si esto no fuera Europa y fuera otro país que no menciono (me queda pendiente un “México (y III)”, por cierto) se observaría un elevado índice de abstención laboral. De todas formas, los partidos acaban mucho antes de la media noche, así que ni aun con celebraciones tiene mucho sentido no ir al trabajo. Tal vez cuando las grandes resacas ante derrotas sonadas, cataclismos nacionales y nuevas conquistas continentales exijan celebraciones más salvajes.
Desde luego que la Eurocopa representa a Europa. Ahí sí estamos todos, y no los elegidos porque su economía es más boyante o porque su régimen político es más ortodoxo. Y Europa se expande hasta la Siberia desde el Portugal que acoge el evento. El grupo A, por ejemplo, formado por los países del sur, con Grecia, Portugal y España, no ha dudado en aceptar en su seno a Rusia. Ha enfriado al grupo, pero éste no se lo ha tomado a mal, e incluso podrían agradecerlo, dadas las temperaturas actuales del país hermano. En la primera jornada, España sólo quiso meter un gol a los rusos para que no se sintieran rechazados o amenazados. Portugal incluso llegó a permitir su derrota ante Grecia, la que decían cenicienta del grupo, por un 1 a 2, para además dar más emoción al campeonato que acogen sus campos ("tragedia griega", titularon los diarios lusos, y los brasileños dijeron que los portugueses eran extraordinariamente puros: ni fumaban, ni bebían, ni jugaban). Nuestros vecinos se han pasado de hospitalarios; un refrán castellano muy crudo explicaría esto, pero mejor no meneallo. Y el grupo B es lo más ejemplar: la tradicional hostilidad Francia-Inglaterra, con decenas de guerras y tratados traicionados, admiración mutua y recelo, y ahora después de su discrepancia en el seno de la Unión Europea y la O. N. U., resulta que se enfrentan en fair play. Pero después la cosa va por el camino de la historia: cuando el más inglés, Beckham, falla el penalti con el 1 a 0, el francés, de origen emigrante, argelino, aplasta a los de la pérfida Albión con dos goles en el último minuto, el postrero de penalti. ¿Cabe mayor crueldad? Y Zidane y Beckham, como es de rigor en su club, se habían saludado con un beso al comenzar el partido. Beso de Judas, pensaría el inglés, que en su bondad infinita no quiso humillar a los franceses con un segundo gol de pena máxima.
En cambio, en el otro grupo, las dos selecciones, que no pertenecen a la Unión Europea, prefirieron mantenerse en la mayor discreción: empate a 0. Casi parece un resultado electoral de comicios europeos, pero no, era futbolístico. El mismo resultado acaeció entre los italianos y los daneses, ambos miembros de pleno derecho y desde décadas de la Unión. Que Italia no marque un gol no es noticia; ya lo dice una frase: eres más aburrido que un partido de fútbol italiano (es frase mía, pero obedece a la realidad de muchos años viendo fútbol europeo). Pero sin duda los daneses, euroescépticos y poco favorables al euro, tampoco querían crear más problemas en el seno de la UE. Además, la mitad de los daneses juegan en el calcio, así que han de haber olvidado aquello que se llamaba el gol. Pero lo que sí me parece muy mal es lo de Suecia. Por dos razones que pueden afectar muy negativamente a Europa: uno, por meter 5 goles a Bulgaria, quien ya bastante tiene con haber sido obligado el país a esperar varios años más para integrarse a la Unión; y, dos, por decir antes del encuentro que cuantos más goles meten en la portería contraria más veces hacen el amor esa misma noche del partido. Nadie en Europa hubiéramos pensando en ese resultado. Tal vez ellos tampoco, y una de dos: o cumplen de verdad, o bajo el casco vikingo que ostentan les pueden aparecer otros apéndices semejantes al ídem. Me parece más solidario lo de España, que sólo marcó un gol, aunque eso sí, lo celebró mucho. Lo de Suecia es también cruel, como lo de Francia. Claro que Francia tenía la excusa de un año problemático por causa de la guerra y el euro, y mil cosas más, porque Inglaterra se ha puesto complicadita en la Unión Europea que quieren liderar Chirac y Schröder.
Así vamos viendo lo que es Europa y lo diferentes que somos unos pueblos de otros. Esta noche termina la primera ronda con el grupo D. Ahí está el clásico: Alemania contra Holanda. El tema de la guerra, añadido a otros partidos de las últimas décadas, debe animar el encuentro.

Europa (I)

Después de regresar de México e inevitablemente mirarlo desde la óptica europea, aunque con el intermedio español, parecía que el destino me ofrecía de sopetón ese rostro diferenciado. Efectivamente, la Eurocopa de fútbol y las elecciones de ayer en Europa me instalaban de lleno en el continente. El sábado me enchufé completamente al partido de España contra Rusia, casi con bandera (mi nacionalismo no llega a tanto como para poseer una bandera de mi país –mi ridículo no llega a tanto, traduzco-), y sufrí con mi selección, que salió nuevamente victoriosa frente a los gélidos rusos. Y ayer estuve desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche implicado como interventor en las elecciones al Parlamento Europeo. Ganaron los socialistas en España y los populares en el conjunto europeo. Pero la abstención fue enorme. Y me pregunto: ¿por qué a la gente no le ilusiona demasiado Europa? O, mejor, y más justamente: ¿Por qué los políticos no explican que la vía hoy de las naciones es el internacionalismo, la unión social y política, y que los dineros hoy se reparten en Bruselas. Desde luego que la globalización ha alcanzado a una población europea ya no europea. El individualismo impide que todos voten (en España la gente estaba en las playas y las piscinas) porque piensan que las alcaldías, autonomías y gobiernos nacionales les afectan más a sus preocupaciones. ¿Sería una solución lo que se hace en Bélgica y otros países: el voto obligatorio, como lo es pagar impuestos? Desde luego, que es importante construir Europa entre todos para hacer frente a la globalización, para afrontar el reto de un mercado canalla y convertir Europa en un centro de esperanza social y de solidaridad internacional, pacifista y democrática.
La vieja y hermosa Europa ha sido raptada por un águila enorme y trata de zafarse de un abrazo asfixiante. Paulatinamente, cada vez más la misma Europa, en otro tiempo seducida, permisiva en el rapto de Zeus, se siente menos fuerte para desembarzarse del apretón. Tan sólo el fútbol nos mantiene unidos porque el individualismo y los nacionalismos que siempre ha albergado Europa se sienten mejor representados en la lucha frente a un balón inerme (se llama “roteiro”) que frente a caballos de Troya armados. Una Europa de la paz se siente incapaz de otra lucha y ha de sobrevivir con los trojan horses que vienen inoculándola desde hace ya demasiadas décadas.

México (II)

Cuando uno pasea por México D. F., no puede dejar de pensar en el fenómeno urbano que se está produciendo en las últimas décadas: el abandono de los centros históricos por parte de la burguesía. La moda de las edge-cities que llega de Estados Unidos a través de la publicidad, los telefilmes y los bodrios de Hollywood ha llevado a la burguesía a alejarse de los hermosos centros urbanos de las ciudades hispanas a imitación de lo sucedido en las norteamericanas. Éstas se han expandido como una mancha de grasa sobre el paisaje estadounidense. El coche y el petróleo resultan imprescindibles para vivir en un medio semejante (con frecuencia el todoterreno se ha convertido en Estados Unidos en la extensión del caballo), extenso, carente a veces de un transporte público adecuado. Los centros son tomados por la marginación interior o exterior que se aproxima a las ciudades. Los medios de comunicación advierten que se genera una delincuencia en esos centros y la burguesía, en esencia miedosa, queda impedida para regresar a ese ómphalos, ni siquiera para pasear durante los fines de semana. En esta batalla aún no ha sufrido México una derrota, dado que su clase media es aún –de nuevo- emergente y las familias de clases más bajas gustan todavía de caminar por las calles del siglo XVI y comprar en los mercados entoldados donde se venden todo tipo de objetos pirateados y baratos, por tanto. Mientras, las grandes urbanizaciones se expanden: Santa Fe o Lomas de no sé qué, en dirección a Toluca, zonas caras de precios prohibitivos que ahora se pueblan de centros multinacionales, que no acaban definitivamente con la excelencia de la arquitectura mexicana pero que claudican ante la transculturación.
El deterioro del Defe lo produjo también el terremoto de mediados de los ochenta y su tugurización es semejante a lo que ha producido en otras ciudades del mundo. Por fortuna, se intenta su recuperación y las actuaciones en algunas calles de los contornos del Zócalo son una buena prueba de esa intención, aun cuando la enormidad del centro histórico exija una demora en estas actuaciones. Tal vez no sea tarde. No obstante, bajo el tezontle y las formas virreinales los kilómetros diarios y miles y miles de personas que trabajan en el comercio callejero impiden el cuidado y la transformación del entorno. Mientras, las clases más adineradas se desentienden del centro histórico que abandonaron, aun cuando San Ángel, Coyoacán y Lomas de Reforma, por ejemplo, mantengan sus antiguas configuraciones. México no es aún San Juan, Ponce o Mayagüez en Puerto Rico, donde no se encuentra ni una sola persona en las calles, aunque algunas caminan en los malles con que ya cuentan las urbanizaciones mexicanas. México se encuentra en un momento crítico entre la claudicación ante una nueva forma de vida urbana basada en el mercado y el auto o el mantenimiento del orden tradicional, el paseo y el aire libre limpio por la frondosa vegetación que reverdece en la ciudad. Las jaulas puertorriqueñas o las alambradas mexicanas son muestras también de un miedo y de una lucha a la que se enfrentan las ciudades americanas de hoy como antes ocurrió en Estados Unidos, que no sólo enriquecen a las empresas de cemento sino también a las de seguridad privada.
Las autoridades deben cuidar de las vías de la transculturación, de otorgar medidas económicas que recuperen los centros históricos (donde no se pretende que se olvide la Historia) y de permitir una calidad de vida óptima, al facilitar el paseo de los ciudadanos y evitar en lo posible la absoluta dependencia del auto. La vida es corta (y el petróleo más, hoy), pero el paseo diario, la mirada a las gentes mientras se camina, bajo unos edificios agradables y una vegetación generosa la han de alargar sin duda. Ha de reurbanizarse la ciudad en vez de urbanizarse –y mutilarse- el campo, ese lugar lejano, como decía aquel niño, donde las gallinas corren en libertad.

México (I)

La primera vez que viajé a México me sorprendieron las pirámides, la plaza que llaman del Zócalo y las construcciones que podrían convertir al Defe en la ciudad más hermosa del mundo si no fuera por los efectos del petróleo, que se pega a las paredes tanto como al alma de los urbanitas del mundo en el siglo del automóvil. En el segundo viaje, me detuve en la gente, y descubría gestos, comidas y miradas que ya Hernán Cortés, Francisco López de Gómara o Bernal Díaz del Castillo habían apuntado en sus crónicas sobre Tenochtitlán. Buscaba los lugares donde se produjo aquella historia de amor y dolor, de tragedia y esperanza, de sueños y desgracias. Caminaba casi a diario por la Zona Rosa, cuyo rostro multicolor aparecía anotado en las crónicas antes de su misma configuración urbana, y me dejaba caer por el Zócalo y las calles aledañas (sobre todo en la calle Donceles, la de Aura, con sus numerosas librerías de viejo), en los mercados que recordaban a una curiosa mezcla del antiguo mexica y el castellano medieval. En esta ocasión, descubrí más librerías, y más, y más, cada cual más grande, y exagerada a la mirada de un europeo. Y me fijaba en el hermoso diseño mexicano, de sus casas, sus palacios, su cerámica, sus jardines… El Paseo de la Reforma se encontraba en obras, pero a pesar del polvo que se levantaba mi salida matutina del hotel resultaba grata, entre los numerosos obreros que se reunían en cada metro cuadrado de obra. Así sucedía también en los restaurantes, las calles y cuantos lugares visité. Cuando la globalización atrape definitivamente a México, imaginaba asustado, el paro va a aumentar irremediablemente. No obstante, las comidas, la música y el espíritu (o la reunión de todo en los canales de Xochimilco), en general, parecían alejar el fantasma de la globalización. Con todo, Wal-Mart había llegado para quedarse (no era el caso argentino, más favorable al modelo europeo de Carrefour) y la invasión progresiva del Norte continuaba notándose más allá de la lejanía de los tratados de Bucarelli. Sin embargo, México es aún México, seductor, ancho, amenazador y hermoso, y poblado de una gente singular que se llaman mexicanos, generalmente la gente más dulce que conozco. Otros pueblos van pereciendo y manteniéndose sólo por el recuerdo de una bandera, pero los mexicanos resisten como un coloso a los embates de la nueva era, que a codazos se abre por los intersticios de su mercado y sus medios. México, aun con sus desventuras políticas, parece el reino de la libertad –excesiva diría un europeo escrupuloso- y por ello continúa constituyendo la gran esperanza de los que hablamos español de responder en un frente común y libérrimo a los apretados retos del progreso que insiste aún en escribirse en inglés.

Qué mentira es la verdad (y V)

Pero yo estaba debatiéndome con la verdad. Si uno se fija bien, buena parte de la narrativa actual gira en torno a este concepto. Yo creo que el éxito de la novela policíaca, o del cine, descansa en última instancia en el anhelo que tenemos de saber la verdad, cuando menos de un caso particular y concreto que se nos plantea. La religión, como antes la magia, respondían también a ese deseo. Además, si uno contabiliza el número de ocasiones en que el vocablo verdad, o alguno sinónimo, o sus inversos, se percatará de la relevancia que concedemos los escritores a este valor. El obelisco y la cruz es un gran juego con ese concepto. La ironía se sostiene a espaldas de la verdad, y la parodia camina en los alrededores de ella pero sin alcanzarla, como una tangente perpetua en torno a una circunferencia. Y la mentira es el carnaval. Imagino que también es evidente la constante aparición de escenas carnavalescas en la literatura occidental, mediterránea, sobre todo. En la mía no es muy común, pero si se revisan las letras de algunas zonas geográficas se advierte el predomino de la máscara y el carnaval frente a la ineficacia de la verdad y la búsqueda incesante pero infructuosa de ésta.

Qué mentira es la verdad (IV)

Admitamos que la verdad es subjetiva, pero existen universales, hechos y seguridades. Y hay quienes no aceptan la existencia de éstos, por comodidad. Por ejemplo, todos hemos aprendido que hemos de ser puntuales, que la impuntualidad es una irrespetuosidad. Sin embargo, si uno conoce a María, advierte que para ella eso no es así. Muchos me dirán que ocurre lo mismo con muchas mujeres, con casi todas las mujeres. Peor ocurre con los hombres, pero es que yo no suelo citarme con hombres últimamente. Además, lo que me importa ahora (o antes ) es (o era) María, y ella es mujer, y no me acuerdo si esto es lo habitual de su sexo o sólo ocurría en ella porque era onubense. O, pongo otro caso. María decide que vamos a ir al cine, y me lo pregunta, o preguntaba, mejor. Yo, estaba conforme con tal de elegir la película, lo reconozco. No obstante, el plan era el de ir al cine. Finalmente, María cambiaba de opinión. O iba a ir de compras y decidía después quedarse en casa. La palabra dada también debería de ser un universal.

Qué mentira es la verdad (III)

¿O sí se parece, en el fondo, al de la cubana? ¿La mentira es femenina? A mí me parece que la mentira es femenina, pero estoy equivocado; lo que sucede es que últimamente no trato más que con mujeres y la proporción me es engañosa. Conozco a numerosos mentirosos, algunos compulsivos. Son hombres. Algunos de este género que comparto te dicen: "voy a decirte la verdad..." Y sólo es su verdad. Son subjetivos, soberbios y egocéntricos con afirmaciones de ese tipo, pero el hombre gusta de pontificar, de mostrarse paternalista y de no ocultar su machismo porque no puede. Sé que ahí me incluyo, muy seguramente, pero prefiero hablar en tercera persona para adoptar perspectiva. Prosigo. Y a menudo se escucha en una discusión afirmaciones redundantes como "es que es la verdad". Habitualmente utilizamos expresiones de este tipo para mostrar una opinión, para reafirmarnos en un criterio o para hacer prevalecer nuestra visión del mundo y de las personas. ¿Eso tiene algo que ver con la verdad? Me parece que el asunto de la verdad es uno de los temas más complicados con los que se enfrenta la ética del nuevo siglo.

Qué mentira es la verdad (II)

En estos momentos, después de un fin de semana en la feria del libro de Valencia firmando algunos -no muchos- libros, me acuerdo de un caso muy próximo que me sorprendió tanto como el de la joven camarera –si bien no tan emocionante–, pero más profundamente puesto que nuestra amistad era de años. Después de mucho tiempo de coincidir con un compañero que frecuentaba el mismo bar que yo y tomar cafés y copas juntos –cuando yo bebía– y de contarme sus jornadas como químico en el laboratorio de una importante empresa de la ciudad y de sus colaboraciones en la Facultad de Ciencias, de su esposa, sus hijos y sus profesiones –él, policía; ella, juez o jueza, no sé–, resulta que me cuentan que todo era una patraña de aquel pobre hombre. Eustaquio era un hombre de mediana edad algo pasada, nervioso, neurótico, más bien, delgado en extremo, con unas lentes espesas y oscuras, y un algo de aire cultivado que sobresalía un tanto de los otros ancianos que frecuentaban el bar. Por cierto, que los lectores de El obelisco y la cruz conocen el lugar. Bueno, pues ese hombre, de apariencia normal salvo ese extremado nerviosismo, soltero, que vivía con su madre aún en la casa familiar, conversó durante dos o tres años conmigo y no dejó de mentirme. Sí, él pudo ser un gran escritor si su discurso hubiera poseído la facultad de la correcta sintaxis y la coloración de alguna bella metáfora que más tarde fijaría en un papel. Pero lo que me conmocionó fue hasta qué grado un hombre se encuentra vacío que se inventa una vida nueva con la que aparecerse ante los demás. Es terrible que uno no esté conforme con su vida. Ya lo es que finjamos o exageremos nuestro estatus, que digamos a un amigo que llevo siete ediciones de la novela cuando apenas va a salir la tercera, o cosas así, pero crearse toda una vida nueva es de inquietante vaciedad o de arte sublime. Los escritores podemos hacerlo, y los actores, y los políticos. Pero todo el mundo es consciente de ello y por eso nos pagan. Pero, ¿un aspirante a químico? Ni en los tiempos de la piedra filosofal. Bajo este drama puntual de la invención se esconde una vida triste, falsa, vacía. ¿Podemos aquí hablar de mentira? ¿Cómo hemos de actuar ante una situación de este tipo? La mía fue la del silencio, hasta ahora, pues aún me falta vigor para convertirle en el personaje novelesco que verdaderamente merece su gesta -la del born liar, conforme lo entendía Wilde-. No me parecía justo el reproche en un caso semejante; el drama hubiera resultado mayor y mi crueldad, excesiva ante un caso artístico aun traído esto desde un dolor muy hondo. Hubo quién le reprochó a Eustaquio su mentira y no se le ha vuelto a ver por la calle. Pero el caso de María es diferente al de Eustaquio o al de la bonita camarera cubana.

Que mentira es la verdad (I)

Una amiga cubana que se ha instalado en mi barrio recién llegada de La Habana me dijo el día que nos conocimos que abandonó su país porque lo que ganaba era muy poco y deseaba venir a España a progresar. Ella es camarera en un bar próximo a mi casa. Le pregunté que si la habían contratado y me dijo que no, que ella llevaba ahora el negocio.
– ¿Lo tienes en traspaso, entonces? –le pregunté.
– Ahá. –me contestó la bonita joven.
Alguna otra cosa añadió que no recuerdo. Los días siguientes he visto a un señor autóctono entrado en edad que parece gestionar desde la cocina hasta los mandos a distancia de las parabólicas del local mientras ella continúa limpiando vasos y sirviendo vinos. Me entristeció comprobar que el supuesto traspaso no era tal y que en cambio ella había sido contratada para trabajar tras la barra. No es que esto sea algo indigno (mis lectores saben cuánto me interesan la vida de los camareros, en lo personal y en lo literario), sino la omisión de la verdad el día en que nos conocimos. Sí resultaba extraño que alguien llegue de Cuba a España para tomar el traspaso de un local bien situado y de sus dimensiones, cuando la persona que ha abandonado a su familia se ha visto obligada a ello por la penuria. La paradoja era irresoluble; pero la muchacha se sintió bien con el nuevo estatus que había aparentado frente a mí. Y yo, por supuesto, no voy a estropearle la fiesta a una mujer tan excepcional pero de circunstancias tan terribles si al menos ha encontrado un arropo a su fría necesidad en una mentira leve a un cliente al que acaba de conocer. Merece eso, cuando poco. Y su trabajo, voluntarioso e infatigable merece aún más. Pero a lo que iba con el ejemplo reciente de mi amiga era al valor actual de la verdad. Y a su estrato social: ¿es del pobre? ¿por qué el rico necesita mentir? Su temporalidad: ¿los griegos del siglo V a. C. mentían? ¿es sólo algo contemporáneo? Y su localización geográfica: ¿es americana? ¿es hispánica? ¿es global? ¿por qué mienten tanto los onubenses? Las preguntas se me agolpaban cada vez que pensaba en los engaños a que era sometido por María desde hacía años. Ahora se me revelaban en toda su magnitud, cuando veía el horizonte bajo la perspectiva de la desilusión.

Y las batallas de amor perdidas (y VIII)

Además, lo cual no invalida esto, he pensado que tal vez se deba a mí mismo. Yo soy medio ciego para esto pero algo atisbo, e intuyo -¿o imagino?- cuántas se enamoran de mí -¿o fantaseo?-, por mí mismo o por la tontería que sea. Supongo que le pasa a todo el mundo, más o menos. Pues, aunque esto me sucede a veces, resulta que después de los años acabo por espantarlas, o mi carácter termina por ahuyentarlas. Tal vez esto sucediera con María. En las batallas del amor, mi ejército despliega una artillería impresionante, con una caballería de apoyo digna de los antiguos iberos, pero en la lucha diaria, donde ha de actuarse magnis itineribus, la infantería exhausta termina por perder las posiciones ganadas en un principio por nuestras relucientes baterías. Y, sin infantería, no hay combate; y sin guerra, se acaban las batallas. Y sin batallas, no hay amor.

Y las batallas de amor perdidas (VII)

Pero sigo con las batallas de amor perdidas. Habrá quien piense que cómo he sobrevivido a toda esa tortura, física y psicológica, del desamor por decreto ley. No quiero responder a esa pregunta si no es en presencia de mi abogado. Sólo diré que el deseo me lo comía con patatas y se me quedaba en la medicina, hasta que dejé de tomarla. Después, me lo he tomado con mucho hielo. Como tantas cosas en esta relación, on the rocks. Ahora mismo pienso que tal vez esto ocurra, más o menos de forma semejante en otras parejas. Admito que sea así, pero es que yo soy demasiado sensible –otra virtud que se me pone en contra a menudo– y a esto se une la suspicacia y el cabreo, con lo que no puedo soportar mucho tiempo son enfadarme con María por esta abstinencia de casi todo. Y ante mi pregunta crucial, que no he querido lanzarle a ella para que no sienta mal: ¿cuándo o por qué he perdido para ti la fascinanción o el atractivo que te enamoraron o que convirtieron a la nuestra en una relación tan maravillosa? Ahora recuerdo que justo antes de marchar a nuestras últimas vacaciones vi unas fotos de nuestros primeros meses juntos, en París y el día de su llegada a Valladolid. Esa sonrisa me enamoró de nuevo de la misma forma que lo hizo hace muchos años. Sé que puede parecer que quiero eludir la pregunta, y no es así. La responderé aunque sea utilizada en mi contra. Muchas veces pienso que ella es una caprichosa y que se enterneció conmigo, durante un tiempo. Eso explicaría sus amenazas de abandonarme, sus deseos de regresar a su tierra y la situación hostil que brotó en las primeras semanas de convivencia juntos.

Y las batallas de amor perdidas (VI)

Pero, ella puede pensar, ¿por qué está él conmigo? La verdad es que yo estoy –estaba- con ella porque la amo, porque a pesar de las fallas de nuestra relación creo que me es –era- satisfactoria; puedo soportar una relación sin sexo, aunque sé que esto es lo que últimamente me está envenenando, a mí, y por tanto a nuestra relación. Pero es que pienso que por qué no quiere, por qué no la apetece nunca, por qué ni en mi depresión me pudo enviar un cable y, por ayudar a un enfermo a curarse, disimular que me lanzaba un beso o me sorprendía con una caricia. Y no se entienda que quiero amor fingido, pero en aquellos momentos tan malos eso hubiera resultado muy sanador, y no que se largara un mes a Huelva, dejándome en la puerta de la consulta del psiquiatra. Mi ánimo, desde luego, no mejoró. Me tuvieron que triplicar la dosis y no acabé por salir definitivamente de ese estado en tres años.

Y las batallas de amor perdidas (V)

Espero que se me perdonen mis reflexiones. Mi estado de ánimo no es el más conveniente para opinar sobre algunas mujeres. Creo que sólo soy machista lo normal, lo que me da mi condición sexual originaria, pero mi guerra contra unas muy pocas mujeres, molestas para casi todo, siempre descontentas y flojas para según qué, me mantiene en este estado beligerante que nada tiene que ver con la objetividad –curiosamente soy más objetivo cuando no estoy frente a esta maquinita–, aunque yo la persiga. Pero quería desviarme de esta guerra para tratar de otras batallas. Adonde quería dirigir mi reflexión era a las batallas de amor perdidas, las que no disputé desde hace años, por respeto a ella, y las que jamás podré ya emprender, por respeto a mí mismo. Y me pregunto, ¿el respecto que la guardé era conveniente? ¿Por qué me rechazaba una y otra vez? ¿Le daba asco? Yo he dejado de beber y fumar, he tratado, y he conseguido, adelgazar hasta estar como cuando nos conocimos. Sin duda la dejé de gustar. Pero, ¿por qué estaba conmigo? Esta pregunta me aterra porque las respuestas son poco gratas si sumamos los otros factores que han intervenido en la relación desde hace unos años.

Y las batallas de amor perdidas (IV)

Otra cosa, y regreso al discurso de las dos feministas, que dicen no serlo, que me humillaron en mi propia casa. Ellas quieren los derechos o gestos que el hombre las dispensaba antes de ser libres, pero han querido añadir a éstos los de la mujer igualada al hombre, o sea, los derechos de la fémina y los de la feminista a la vez. Es como aquél que con la llegada de la democracia en España se quiso hacer comunista porque pensó que, según lo que entendía por comunismo, pensó que obtendría un pingüe negocio entre lo que ya él tenía y lo que le tocaría en el reparto.

Y las batallas de amor perdidas (III)

No obstante, el gusto se le había ido a ella hacía ya cinco años. El gusto por mí; otros no me constan. Si no, por qué no dejaba un beso, una caricia, al menos, cuando estaba con esa atroz depresión, cuando necesitaba su cariño porque sentí que ella me había abandonado por casi cuatro meses. Ahora veo que se debía a que tampoco entonces me amaba. ¿Por qué ella acostumbraba a apoyar a los demás cuando yo discutía algún asunto sin importancia -ejemplo: lo de la mala-, por qué no me tenía respeto, por qué no se fiaba de mis juicios, de mis opiniones, de mis ideas? ¿Eso no demuestra, cuando menos, el desamor? Así me lo parece, aunque pudiera estar equivocado. De ninguna de mis opiniones estoy seguro. Dudo de todo, luego existo, como diría el francés, pero yo qué mal existo. Mi orgullo, muy herido, lo oscurece todo.