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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Era ella

Hoy, 23 de junio de 2004, dejé por un rato la corrección de mi último libro y salí al hospital a visitar a una amiga. Deprimente: tan mal está, con esa juventud de los poco más de treinta años, que me dijo que no soportaba las visitas, que se mareaba de la medicación y que prefería que no la molestáramos por el momento; que regresara en cinco días. Cuando subía a verla, ocurrió algo inesperado y mágico. Entré en el ascensor que me subía a la décima planta. Al otro lado, junto a la puerta opuesta, la mirada de una joven me dejó como en un encantamiento. Sus ojos vivos se encontraban con los mío y yo los apartaba, cobardemente, tal vez. Los suyos eran hermosos, pero además poseían una fuerza que incendiaba mi mirada. Cuando no podía verme, yo la observaba: su melena parda, sus manos, sus dedos. Seguía esquivando su mirada cuando se tropezaba con la mía. Mientras, me preguntaba en qué piso se detendría. Casualmente, se paró en el décimo, como yo. Aunque la puerta que tenía junto a mí embocaba directamente con el pasillo en que se encontraba la habitación de mi amiga, salí por la opuesta para seguir a la joven. Caminaba tras ella, miraba su pelo, y trataba de pensar en qué razones había para esta casualidad. Entró en el mismo pasillo al que yo iba, y entró en una habitación enfrente. Yo abrí la puerta de la habitación de mi amiga y la mantuve abierta con la excusa del calor, de la necesidad de que corriera el aire. Pero necesitaba ver cuándo ella se marchaba.
Mi amiga me repetía que me marchara, que gracias, pero que estaba mal. Yo aguanté un rato, y en un momento vi que la joven salía con una mujer adulta de la habitación. Yo me despedí tal vez algo bruscamente. Con todo, pasó el tiempo suficiente como para no alcanzarla en el ascensor. Entonces, me precipité por las escaleras, a una velocidad que desconocía ya en mí. Bajé los diez pisos y salí corriendo a la calle. No muy lejos vi su melena y sus pantalones vaqueros.
Pensé en el personaje de mi segunda novela y comencé a seguirla. ¿Esto está bien en un hombre... real? ¿Esto se hace en la realidad o es sólo factible en la ficción? ¿Es ilegal? ¿Si se entera, se escandalizará, se asustará? Estos pensamientos me ocupaban mientras la seguía. Su caminar era dulce, pausado, sin agitación. Mantuve una distancia lo suficientemente amplia como para no poder ser visto. Una calle, y otra, hasta que entró en la zona más antigua, en una calle donde se han abierto varias librerías que conozco como la palma de mi mano. Sin embargo, entró en una librería médica que apenas he visitado una vez, cuando acompañé a una amiga del gremio. Y me pregunté: ¿Estudiará medicina? Se detuvo antes en el escaparate, miraba los volúmenes tras la vitrina y entró. Pasé al lado y vi que efectivamente eran libros médicos, especialmente de pediatría. Yo entré en un bar de enfrente, desde donde podía perfectamente vigilar la puerta y advertir su salida. Pedí una botella muy fría de agua, que pagué inmediatamente por si tocaba salir de improviso. El bar tenía encendida la televisión: ponían un programa-concurso sobre La isla del tesoro. La concursante había fallado cuál era la pierna que le faltaba a John Silver el Largo. En ese momento, la joven salió de la librería con una bolsa, que escrutaba mientras caminaba. Salí tras ella, con nuevas preguntas: ¿Para qué la sigo? ¿Estoy idiota? ¿Voy a hablarle o sólo quiero saber dónde vive? ¿No puedo ser un poco menos cobarde y acercarme a ella? ¿Y si tiene pareja? ¿Cómo no va a tener pareja? ¿Estudiará medicina? ¿Es ella, la mujer que siempre he esperado?
Siempre he pensado que cada hombre espera a una mujer y que se pasa la vida buscándola. Con mucha frecuencia nos engañamos y pensamos que ésa es, pero el tiempo desdice nuestras primeras impresiones. Tal vez las mujeres piensan algo parecido. Y también se conforman con algo inferior al ideal. También es cierto que yo soy muy enamoradizo, y que esto me ocurre con frecuencia. Ese destello no es nuevo de hoy, pero hace dos horas lo sentí como único, como más intenso. Su mirada ardía aún en mi recuerdo aún tierno y me decía de su vivacidad, de su calidez.
Además, yo siempre había soñado con una pareja que fuera médica, pensé cuando salía de la librería, más por ponerme pragmático, o por añadir algo más terreno a ese destello, que se multiplicaba también con el sol que me encontraba enfrente y que me dificultaba el seguimiento. De repente se paró. Miró, al parecer, la cuenta, y se dio la vuelta. Se topó conmigo, y sonreía, creo, o quiero creer. O tal vez ni se fijó en mí, ni me recordó. Desde luego no se sorprendió con un qué casualidad, hace un momento nos vimos en el hospital y ahora nos encontramos en la calle. No, no se veía sorprendida en ese aspecto. Pasó a mi lado. Me di la vuelta y advertí que, lógicamente, entraba en la librería. Me detuve también, como mirando los edificios, como si no los conociera de siempre, porque no quería seguir caminando, si no esperar a que saliera y de nuevo me pasara. Y así continuar siguiéndola.
Parecía divertido actuar como un personaje. ¿Y si me acostumbro a esto? ¿No será enfermizo? A ver si después de dejar el tabaco y el alcohol, después de cinco años de pureza, me dejo caer por esta manía, me decía mientras miraba los edificios. Tranquilo, me respondía: estás en tu sano juicio, o, cuando menos, estás en la media de lo que hoy se acostumbra. Y miraba edificios. Hasta miraba con detalle uno que conocía hasta decir basta porque había trabajado en su interior. El caso era no caminar más, y esperar. Eso sí, descubrí una nueva rehabilitación de un edificio que habían dejado verdaderamente bello. Era una calle de viejos palacetes castellanos; algunos de los que un día existieron se habían derribado hace treinta o cuarenta años por edificios más modernos de ladrillo, pero que en las últimas décadas la conservación y las restauraciones la habían convertido en un paseo coqueto, extraordinariamente tradicional, que acaba en las calles por donde antiguamente fluía el río Esgueva y sobre la iglesia de La Antigua. Pensé: siempre me pasan cosas extraordinarias en esta zona, cerca de esta iglesia.
Miré de nuevo y vi que ella regresaba. La melena parda, sus pantalones vaqueros, su jersecito azul sin mangas. Yo hice como que andaba tranquilamente, sin mirar más atrás. Y al final de la calle, me volteé, pero no la vi. La había perdido. La había perdido en apenas diez metros. No podía ser. Se habrá metido en un portal. Jo, pues deben ser carísimas estas casas rehabilitadas del centro. Verdaderos millones cuestan esas casas, lo cual sí era compatible con su caminar, su apostura, su mirada, el brillo de sus ojos. Pero no tanto con la mujer con la que me topé en el pasillo a la salida del hospital cuando precipitadamente salí de la habitación de mi amiga para seguir a la joven. ¿Sería su madre la mujer a la que agarraba y que regresaba de despedirla cuando yo salía? Se parecía algo. Todas las mujeres delicadas se parecen, conjeturé. Y seguí preguntándome dónde se habría metido. Miré en el interior de un cíber, en un bar, en un laboratorio fotográfico, y nada. Esperé cinco, diez minutos, quince, y no salía. Imaginé que me miraba desde un balcón y se reía. ¿Vivirá por aquí?, continuaba cuestionándome. ¿Se llamará Ana?
Por fin me marché. Pensé que tal vez debía regresar al hospital, aunque mi amiga estaba tan mal que me rogó no regresara hasta la semana próxima. O quizá podía volver a esa calle, e indagar. Rondar la Facultad de Medicina era absurdo, pero había de hacer algo. Y si la veo, ¿le voy a hablar? Lo más seguro es que si la hablo me va a mandar a paseo. Lo mejor era dejar que este fuego, que ese destello de su mirada, que el brillo de su melena parda se fuera apagando en mi interior. A veces la soledad nos hace emprender aventuras estúpidas como seguir a una mujer para no atrevernos a decirle nada, me consolé. Pero, ¿y si era ella? ¿y si era la mujer que yo había esperado siempre? ¿Cómo podía saberlo? ¿Y qué debía hacer? Mañana sería otro día, y tal vez tuviera una respuesta para alguna de estas preguntas.

4 comentarios

Juan -

Even, sí, tal vez. J.

even -

Otra entrada que me ha encantado... Me gusta la versatibilidad de tu humor, que se ha vuelto esperanzado, juguetón y más aventurero. Mira, "cosí fan tutte", pero hay más de una ella...

Juan -

Petra,
veremos qué sucede y si vuelvo a verla. Gracias.
Besos. J.

petra -

Oh Juan, qué bonito relato. Lo vi todo.. y quise -quiero- que sea ella. Sí, ella. Y que no deje de ser en ningún momento "ella".
cariños, P.