En Puerto Rico
Ya son muchas las ocasiones en que he venido a Puerto Rico para pasar unas semanas y he escrito bastantes páginas acerca de esta isla, de sus ciudades, de sus gentes, de sus peculiaridades. Cada año regreso en dos ocasiones desde que vine por vez primera y siempre la situación resulta extremadamente interesante aunque sin salir de una misma estabilidad. Ahora, además, se debate el asunto de la Asamblea Constituyente que una vez más habrá de dirimir el estatus del país. No obstante, las elecciones de noviembre pueden oscurecer las esperanzas de populares e independentistas, porque es muy posible que ganen los anexionistas, los que desean unirse definitivamente a Estados Unidos. A la gente de fuera de Puerto Rico les extrañará que en la presente ola de animadversión contra Estados Unidos, erigido en país guerrero y conquistador, Puerto Rico se decida por un Partido estadista. A los de dentro, les sorprende que de nuevo gane un hombre como Rosselló, cuya anterior gobernación durante los años noventa fue calificada como la más corrupta de la historia de Puerto Rico.
Ya he dicho que regreso aquí en dos ocasiones al año (lo cual es mucho para mi miedo a volar) y que acepto cada invitación que se me cursa. Siempre aprovecho para estar más días. Diré que aquí me encuentro feliz, pero que cada vez me parece un lugar más extraño. A medida que lo conozco, observo que la educación, la idiosincrasia, la forma de vida y las costumbres me resultan más extrañas, como español y como europeo. Sus ideas me parecen tan diferentes a las mías y la inacción y la falta de compromiso resultan tan generales que me indigna. Me indignan muchas cosas de un lugar en el que se vive bien y en el que soy feliz, y al que podría decir que amo. El miedo, lo kitsch, la absoluta imitación de lo estadounidense, el desprecio de lo puertorriqueño, el consumismo, que se aprecia en algunos, no ha de hacer olvidar que nadie ha defendido tanto su lengua y su cultura como el pueblo puertorriqueño y se ha resistido al imperio tras su conquista en 1898, aunque hay puertorriqueños de varios tipos e ideologías y que defienden de diferentes maneras su relación con Estados Unidos. Hace años, en la segunda vez que vine aquí, ante la evidencia del influjo estadounidense en todo el mundo, Europa incluida, y ante la comprobación de algo evidente (que cuanto yo veía en Puerto Rico acababa por llegar a España unos años después: moda, gustos, tendencias, músicas...), comenté a una amiga puertorriqueña que tal vez la historia diga que o los puertorriqueños han sido los más estúpidos por permitir una colonia tan extensa, o los más inteligentes, porque como todos ha claudicado a lo estadounidense pero se ha servido de ello de manera más palmaria y sustanciosa, pues en realidad hoy todos somos colonias del imperio. Si no puedes con tu enemigo, únete a él, diríamos.
Con todo, los puertorriqueños continúan siendo la gente más dulce, generosa y amable que jamás he conocido. Durante el tiempo que viví en Escocia, y mis creo que quince viajes a la tierra de Walter Scott, no llegué a conocer tanto a los escoceses tal vez por el obstáculo del idioma, pues se exige una competencia perfecta para llegar a penetrar en el espíritu de un pueblo. Sí lo he logrado, me parece, con los puertorriqueños. Su cultura, su política, su literatura y sus costumbres las conozco casi tanto como la de España, que amo pero que me interesa poco, a pesar de mi adorado 14 de marzo. Precisamente, además de los motivos personales, en esta ocasión he llegado a la isla para comenzar una promoción del lugar que pronto podré mostrar. En febrero estuve aquí tres semanas para dictar en dos Universidades unas conferencias acerca de varios de sus escritores y hoy estoy aquí para lo mismo, pero además para iniciar una maravillosa idea que haré público pronto. Mi sueño es mostrar esta isla, aunque habría otro que me fascinaría más: convencer a algunos puertorriqueños de que poseen un paraíso y ellos mismos unos valores que nada tienen que envidiar a otros pueblos. Anoche vi una película de amor e intriga que se situaba en el año 2006 y que trataba de un Puerto Rico independiente. Se titulaba El beso que me diste. Una sugerencia fascinadora y sólo el futuro sabe si algún día posible. Hasta entonces, me vale una película de Sonia Fritz y las novelas puertorriqueñas que reclaman una voz y, en perfecta armonía con sus vecinos estadounidenses, un país independiente. Espero que también entonces el puertorriqueño continúe siendo el pueblo más sensible de la Tierra.