Si hoy es 20 de julio de 2004
Si hoy es 20 de julio de 2004, hace 2 años y 20 días que murió mi amigo Mariano. Si hoy es 20 de julio de 2004, es que hoy ha muerto mi amigo Felipe. Me acaban de llamar para decírmelo. A Mariano he dedicado mi último libro y todo el mundo sabe mi opinión: era el mejor de nosotros. De Felipe diré que era una buena persona y que le costó ser negro en un país de blancos. Ahora la ciudad se ha convertido en una amalgama multicolor de individuos que caminamos hacia el mañana. Pero hace años Felipe era el único mulato de la ciudad. Por las noches, las chicas se volvían locas por sus huesos, con su tupé rockabilly esculpido en sus rizos crespos y su chaqué de colores blanco y rojo. Y los matones envidiosos y racistas de la zona por la que él se movía por las noches le insultaban: negro de mierda era lo menos que escuchaba cuando se quedaba solo con alguna pollita, como él llamaba a su chica del momento. Una noche de sábado de 1990 no pudo más; le insultaron a él y a su chica. Se lanzaron varios sobre él, y para defenderse sacó una navaja que clavó en la barriga de uno de los agresores. A Felipe le encarcelaron.
Por entonces, su mejor amigo, Fernando, El Escoria, se había puesto al tren en una vía de las proximidades de Barcelona. Todos apreciábamos al Escoria, pero se empeñaba a vivir en el filo de un cuchillo y marchó a Barcelona. Desde allí llegaban escasas noticias hasta su muerte. Después, el encarcelamiento de Felipe distrajo nuestra atención hacia otra injusticia. Mientras él estaba en la cárcel, yo había ido a vivir a Escocia. También Germán y Fredy se habían marchado a la Legión, pero pronto regresarían prófugos, como lo era el mismo Fernando, ahora que recuerdo, y fue por eso que huyó a Barcelona a servir cubalibres en una playa de Sitges. Entonces, desde Escocia, le envié a Felipe una carta a la cárcel. Había esperado demasiado, porque desde aquellas tierras era una tarea diaria dedicar horas a remitir cartas a tantos amigos a los que extrañaba y siempre postergaba la carta a Felipe: no sabía qué decirle que pudiera animarle. A las pocas semanas de haberla enviado, me fue devuelta con una nota inscrita en el sobre: Libertad. Me alegré.
Cada vez que me mudo de casa y me distraigo con la caja de cartas viejas, entre todas sobresale la de Felipe devuelta y la única cerrada. Permanece aún cerrada. Siempre pienso en lo que pude haber escrito hace casi quince años a un amigo encarcelado desde las frías tierras escocesas. Nunca la abrí porque esperaba verle un día para entregársela, pero últimamente no le veía mucho y yo siempre andaba con prisa cuando me lo encontraba. Un día le pedí que me grabara un disco de Sha-Na-Na y así lo hizo. Ni siquiera le mencioné que le escribí a la cárcel, aunque supo de mi interés y de mi alegría por su excarcelación. Sé que me admiraba y yo le admiraba también a él; cada uno por diferentes, muy diferentes razones. Tampoco quise agobiarle con las experiencias de recluso. Imaginé que desearía olvidar.
Hace 20 minutos me acaban de decir que Felipe, mi amigo negro, ha muerto de una neumonía. Su vida se había desarrollado con una extraordinaria lentitud, pero por el borde más temerario.
Esta noche hay fiesta en el cielo. Me imagino a Mariano poniendo cañas y a Fernando y a Felipe con sus botas de punta y tacón y sus vaqueros arremangados dispuestos a marcarse un bailoteo rockabilly con sus lentes cat-eye. Crazy kids, pero qué alegres. Esta noche hay en el cielo cañas a tutiplén y música de Dinamita Pa Los Pollos y de Loquillo. El cielo se va a cerrar muy tarde hoy y va a haber muchas risas. Y qué sorpresa la de Fernando, pero sobre todo la de Mariano cuando vea que entra Felipe sediento pidiendo cerveza para calmar una sed de tantos días en el hospital, del que por fin, tío, he logrado salir, porque me recordaba a los días de la cárcel, dirá mientras Mariano le sirve la caña y Fernando prepara una música de Buddy Holly.
Por entonces, su mejor amigo, Fernando, El Escoria, se había puesto al tren en una vía de las proximidades de Barcelona. Todos apreciábamos al Escoria, pero se empeñaba a vivir en el filo de un cuchillo y marchó a Barcelona. Desde allí llegaban escasas noticias hasta su muerte. Después, el encarcelamiento de Felipe distrajo nuestra atención hacia otra injusticia. Mientras él estaba en la cárcel, yo había ido a vivir a Escocia. También Germán y Fredy se habían marchado a la Legión, pero pronto regresarían prófugos, como lo era el mismo Fernando, ahora que recuerdo, y fue por eso que huyó a Barcelona a servir cubalibres en una playa de Sitges. Entonces, desde Escocia, le envié a Felipe una carta a la cárcel. Había esperado demasiado, porque desde aquellas tierras era una tarea diaria dedicar horas a remitir cartas a tantos amigos a los que extrañaba y siempre postergaba la carta a Felipe: no sabía qué decirle que pudiera animarle. A las pocas semanas de haberla enviado, me fue devuelta con una nota inscrita en el sobre: Libertad. Me alegré.
Cada vez que me mudo de casa y me distraigo con la caja de cartas viejas, entre todas sobresale la de Felipe devuelta y la única cerrada. Permanece aún cerrada. Siempre pienso en lo que pude haber escrito hace casi quince años a un amigo encarcelado desde las frías tierras escocesas. Nunca la abrí porque esperaba verle un día para entregársela, pero últimamente no le veía mucho y yo siempre andaba con prisa cuando me lo encontraba. Un día le pedí que me grabara un disco de Sha-Na-Na y así lo hizo. Ni siquiera le mencioné que le escribí a la cárcel, aunque supo de mi interés y de mi alegría por su excarcelación. Sé que me admiraba y yo le admiraba también a él; cada uno por diferentes, muy diferentes razones. Tampoco quise agobiarle con las experiencias de recluso. Imaginé que desearía olvidar.
Hace 20 minutos me acaban de decir que Felipe, mi amigo negro, ha muerto de una neumonía. Su vida se había desarrollado con una extraordinaria lentitud, pero por el borde más temerario.
Esta noche hay fiesta en el cielo. Me imagino a Mariano poniendo cañas y a Fernando y a Felipe con sus botas de punta y tacón y sus vaqueros arremangados dispuestos a marcarse un bailoteo rockabilly con sus lentes cat-eye. Crazy kids, pero qué alegres. Esta noche hay en el cielo cañas a tutiplén y música de Dinamita Pa Los Pollos y de Loquillo. El cielo se va a cerrar muy tarde hoy y va a haber muchas risas. Y qué sorpresa la de Fernando, pero sobre todo la de Mariano cuando vea que entra Felipe sediento pidiendo cerveza para calmar una sed de tantos días en el hospital, del que por fin, tío, he logrado salir, porque me recordaba a los días de la cárcel, dirá mientras Mariano le sirve la caña y Fernando prepara una música de Buddy Holly.
9 comentarios
llovizna -
sí, en el cielo nos encontraremos todos
sí
sí
sí
sí por favor
por favor
Juan -
así que tú eres el Anónimo. Sí dañan las personas, sí. Así que es mejor hacerse extraterrestre, o lunático, mejor. O en viaje constante, mirando la Tierra desde esta ventanita acristalada que tengo frente a mí. J.
Juan -
te agradezco esas palabras. Sí, ahí quedarán vivos. J.
anónimo (era even) -
Hay mundos lejanos más cercanos que los reales. Y planetas más amables que éste. ¿Daña la Tierra o dañan las personas? ¿O todo junto?
Tristán Fagot -
Precioso relato, me has dejado impresionado
Juan -
te diría que aquel mundo hoy me parece muy lejano y que sin esos amigos ya me parece otro planeta. A mí me llegó una edad en que decidí saltar a la Luna porque la Tierra me dañaba.
Juan -
gracias. Hasta ayer, mi amigo tenía 33 años. J.
Anónimo -
petra -
Un abrazo Juan.
Petra.