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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

No era ella

Desde el viernes trato de convencerme de que no era ella. Recorrí de nuevo las mismas calles, fisgué en el cíber donde la última vez pensé que podría haber entrado, y miré con cuidado a los balcones de ambos lados de la calle, con la esperanza de hallarla tomando el fresco de la tarde. Si me hubiera vuelto loco diría que podía estar en el balcón esperando que yo apareciera y colmara sus sueños. Pero no es así y la realidad sigue siendo gris. Y la esperanza de verla se difuminó cuando vi que la enferma que ella había visitado en el hospital en la habitación 1019 ya no estaba. Podría haber preguntado: ¿Cómo se llama? ¿Quién era la enferma de 1019? Y obtendría una pista para buscar a Ana (he pensado que es mejor ponerle un nombre de una vez por todas: para lo que la queda en esta historia…). Con esa desazón recorrí, como dije, las calles, y no la encontré. Miré en el escaparate de la librería médica y ya no quedaban más libros de pediatría. ¿Los habría comprado todos en estos días? Me había ilusionado con sus estudios de pediatría; a fin de cuentas yo sigo siendo un niño.
Pero yo tenía que sobrevivir. Me dije que si no había indagado más a fondo era por falta de valor o de porque no tenía la necesidad imperiosa de acercarme a ella. Prefería la segunda opción. Aunque pensándolo bien tal vez se deba a que no tenía tiempo de tanta búsqueda ni paciencia para aguardar en la terraza del bar de esa calle durante horas hasta que la viera a aparecer con su melena parda y sus pantalones vaqueros. Conjeturé, por tanto, que no era ella, pues yo no tenía ya la absoluta necesidad de ella, de Ana, hemos quedado que se llama. Así me quedé tranquilo.
En pocos días recobraré la razón. Siempre me pasa. Ahora seguiré buscando.

5 comentarios

Bea -

Quién sabe, igual ella no alberga otro sentimiento que el de la más diminuta de las esperanzas...¿dónde se esconde él?

A veces nos creemos muy locos al pensar algo como en lo de la historia, pero pocas veces nos damos cuenta de que la mayoría de personas cuerdas se sienten igual de locas, y tampoco se dan cuenta, de la misma manera que lo hacemos nosotros.

Juan -

Tristán,
gracias por esas palabras, también muy bonitas. J.

Tristán Fagot -

Es más bonito así, y ella ha obtenido como premio a su frondosa melena una historia como la tuya.

Juan -

Petra,
o sea que después de todo tú fuiste ella y sigues siendo ella. Eso ofrece una bonita esperanza.
Besos. J.

petra -

Sabes Juan, yo lo vi muchas veces a él. Sin embargo, un día, dejé de buscarlo, ni lo volví a ver: había otro que me miraba y me dijo que yo era ella.
Así fue que pasó.
Cariños. P.