Y las batallas de amor perdidas (y VIII)
Además, lo cual no invalida esto, he pensado que tal vez se deba a mí mismo. Yo soy medio ciego para esto pero algo atisbo, e intuyo -¿o imagino?- cuántas se enamoran de mí -¿o fantaseo?-, por mí mismo o por la tontería que sea. Supongo que le pasa a todo el mundo, más o menos. Pues, aunque esto me sucede a veces, resulta que después de los años acabo por espantarlas, o mi carácter termina por ahuyentarlas. Tal vez esto sucediera con María. En las batallas del amor, mi ejército despliega una artillería impresionante, con una caballería de apoyo digna de los antiguos iberos, pero en la lucha diaria, donde ha de actuarse magnis itineribus, la infantería exhausta termina por perder las posiciones ganadas en un principio por nuestras relucientes baterías. Y, sin infantería, no hay combate; y sin guerra, se acaban las batallas. Y sin batallas, no hay amor.
3 comentarios
juan -
sí. Odio lo militar, pero en esos momentos nos ponemos tan intolerantes y soberbios que parecemos generales sedientos de batallas. J.
even -
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