Blogia
Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Y las batallas de amor perdidas (y VIII)

Además, lo cual no invalida esto, he pensado que tal vez se deba a mí mismo. Yo soy medio ciego para esto pero algo atisbo, e intuyo -¿o imagino?- cuántas se enamoran de mí -¿o fantaseo?-, por mí mismo o por la tontería que sea. Supongo que le pasa a todo el mundo, más o menos. Pues, aunque esto me sucede a veces, resulta que después de los años acabo por espantarlas, o mi carácter termina por ahuyentarlas. Tal vez esto sucediera con María. En las batallas del amor, mi ejército despliega una artillería impresionante, con una caballería de apoyo digna de los antiguos iberos, pero en la lucha diaria, donde ha de actuarse magnis itineribus, la infantería exhausta termina por perder las posiciones ganadas en un principio por nuestras relucientes baterías. Y, sin infantería, no hay combate; y sin guerra, se acaban las batallas. Y sin batallas, no hay amor.

3 comentarios

juan -

even,
sí. Odio lo militar, pero en esos momentos nos ponemos tan intolerantes y soberbios que parecemos generales sedientos de batallas. J.

even -

Igual que a ti las metáforas de estrategia militar ("A batallas de amor, campos de pluma", eran así los divinos versos de Góngora?)

even -

Siempre nos inventamos al ser que amamos. Le atribuimos todo lo que queríamos que tuviese el ser ideal, el príncipe o la principita de nuestros sueños adolescentes. El choque con la realidad es duro, siempre, siempre es durísimo. Es raro que se salga ileso; hay que hacer tantos esfuerzos que, tal vez, llega un momento en que se tira la toalla y se cree que no merece la pena. Copas que se rompen, o, dicho de otra manera, las copas que nos hacen felices luego nos dejan una resaca insoportable... o algo peor. (Me encantan las metáforas alcohólicas.)