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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Qué mentira es la verdad (II)

En estos momentos, después de un fin de semana en la feria del libro de Valencia firmando algunos -no muchos- libros, me acuerdo de un caso muy próximo que me sorprendió tanto como el de la joven camarera –si bien no tan emocionante–, pero más profundamente puesto que nuestra amistad era de años. Después de mucho tiempo de coincidir con un compañero que frecuentaba el mismo bar que yo y tomar cafés y copas juntos –cuando yo bebía– y de contarme sus jornadas como químico en el laboratorio de una importante empresa de la ciudad y de sus colaboraciones en la Facultad de Ciencias, de su esposa, sus hijos y sus profesiones –él, policía; ella, juez o jueza, no sé–, resulta que me cuentan que todo era una patraña de aquel pobre hombre. Eustaquio era un hombre de mediana edad algo pasada, nervioso, neurótico, más bien, delgado en extremo, con unas lentes espesas y oscuras, y un algo de aire cultivado que sobresalía un tanto de los otros ancianos que frecuentaban el bar. Por cierto, que los lectores de El obelisco y la cruz conocen el lugar. Bueno, pues ese hombre, de apariencia normal salvo ese extremado nerviosismo, soltero, que vivía con su madre aún en la casa familiar, conversó durante dos o tres años conmigo y no dejó de mentirme. Sí, él pudo ser un gran escritor si su discurso hubiera poseído la facultad de la correcta sintaxis y la coloración de alguna bella metáfora que más tarde fijaría en un papel. Pero lo que me conmocionó fue hasta qué grado un hombre se encuentra vacío que se inventa una vida nueva con la que aparecerse ante los demás. Es terrible que uno no esté conforme con su vida. Ya lo es que finjamos o exageremos nuestro estatus, que digamos a un amigo que llevo siete ediciones de la novela cuando apenas va a salir la tercera, o cosas así, pero crearse toda una vida nueva es de inquietante vaciedad o de arte sublime. Los escritores podemos hacerlo, y los actores, y los políticos. Pero todo el mundo es consciente de ello y por eso nos pagan. Pero, ¿un aspirante a químico? Ni en los tiempos de la piedra filosofal. Bajo este drama puntual de la invención se esconde una vida triste, falsa, vacía. ¿Podemos aquí hablar de mentira? ¿Cómo hemos de actuar ante una situación de este tipo? La mía fue la del silencio, hasta ahora, pues aún me falta vigor para convertirle en el personaje novelesco que verdaderamente merece su gesta -la del born liar, conforme lo entendía Wilde-. No me parecía justo el reproche en un caso semejante; el drama hubiera resultado mayor y mi crueldad, excesiva ante un caso artístico aun traído esto desde un dolor muy hondo. Hubo quién le reprochó a Eustaquio su mentira y no se le ha vuelto a ver por la calle. Pero el caso de María es diferente al de Eustaquio o al de la bonita camarera cubana.

2 comentarios

juan -

Petra, la verdad ha sido el problema del siglo XX. En el siglo XXI se ha solucionado haciéndola desaparecer definitivamente. Creo que lo mismo ha sucedido a nivel individual en mucha gente: apariencia, simulacro, disimulo, carnaval, máscara, disfraz, maquillaje, moda, etiqueta...
Con cariño. J.

petra -

A veces me pregunto eso que dices Juan. Pero he visto que se requiere de mucho valor para "decir" la verdad al parecer.
Cariños, Petra.