Blogia
Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Y las batallas de amor perdidas (III)

No obstante, el gusto se le había ido a ella hacía ya cinco años. El gusto por mí; otros no me constan. Si no, por qué no dejaba un beso, una caricia, al menos, cuando estaba con esa atroz depresión, cuando necesitaba su cariño porque sentí que ella me había abandonado por casi cuatro meses. Ahora veo que se debía a que tampoco entonces me amaba. ¿Por qué ella acostumbraba a apoyar a los demás cuando yo discutía algún asunto sin importancia -ejemplo: lo de la mala-, por qué no me tenía respeto, por qué no se fiaba de mis juicios, de mis opiniones, de mis ideas? ¿Eso no demuestra, cuando menos, el desamor? Así me lo parece, aunque pudiera estar equivocado. De ninguna de mis opiniones estoy seguro. Dudo de todo, luego existo, como diría el francés, pero yo qué mal existo. Mi orgullo, muy herido, lo oscurece todo.

0 comentarios