Y las batallas de amor perdidas (II)
La indicación era sostener el líquido en la zona afectada. Y me alivió. Pero al marcharse el anestésico, volví una y otra vez a aplicármelo. Y esto durante todo un día, tal vez por seis o siete ocasiones. A la mañana siguiente, noté que el cacao me encantaba despertarme con este brebaje, como un niño, lo reconozco, desde que dejé el café y todo lo demás no me sabía igual; bueno, no me sabía a nada. Pasaron las horas, probaba las comidas del día, y nada, ni queso, ni tomate, ni pasta, ni cuanto ingerí aquella jornada. La mala había conseguido despojarme del gusto, el único placer que me quedaba desde que para tratar de gustar más a María dejé de fumar, de beber y de todo, lo reconozco. Entonces debí haber calibrado su poder, pero no lo hice. El gusto me ha ido llegando en las zonas más externas de la boca, pero la lengua quedó inútil. Ahora no me queda ni eso. Lo único positivo es que así me está resultando más fácil dejar de comer y así bajar el peso suficiente como para adelgazar y así, tal vez es mi último recurso- poder gustar de nuevo a María. Y a lo que iba es de nuevo a María. El sortilegio de mi gusto lo había obrado con ella e incluso con mayor efecto. Efectivamente, tantos y tales consejos le dedicó acerca de mí, que María perdió el sabor de su relación conmigo. O, bueno, el poco que le quedaba, si somos sinceros, o si continuamos con este tono alegre y optimista. En ambos casos, la mala nos despojó de algo tan querido que nuestra vida se ha convertido en una insulsa sucesión de sinsabores.
2 comentarios
juan -
Gracias, porque esa mirada femenina tuya me resulta muy valiosa, provechosa y terapéutica. JV
petra -
Quiero que Juan se enoje, así no se sentirá tan triste, y no me entristecerá a mí (egoísta que es siempre una).
Cariños. P