Y las batallas de amor perdidas (I)
Es una desgracia que María no hablara conmigo, en vez de gritar, e incluso entramos en el terreno de la utopía que razonara, y, en cambio, sí que se quejara ante la mala. Sé que así ha sido, porque no hacía falta más que ver la forma en que me miraba la mala. Así que a veces pienso si, antes de todo el embrollo y el consiguiente drama, no fue a propósito el atentado que sufrí, o que yo mismo me infligí pero a instancias de la mala. Lo cuento. Resulta que el mismo día que llegué, después del viaje, porque no pude limpiarme los dientes o por lo que fuera, se me generó un absceso en la encía. La mala me recomendó una pócima que ella tenía para casos semejantes. Yo nunca me medico y menos hago caso de los consejos farmacéuticos que no procedan de profesionales. Ellas empezaron su discurso de encantamiento, como en un rito hechiceresco: "no le dolerá tanto...", "es un quejica...", "es que los hombres..." Y yo no soportaba el dolor, pero era sábado y pretendía esperar al lunes para consultar a un médico dentista. Pero el sortilegio funcionó y me tomé la pócima.
6 comentarios
juan -
even -
juan -
Gracias por tu comprensión. JV
petra -
Cariños, P.
juan -
Roberto -
El único antídoto es un frasquito de Agua Santa para el Desamor.