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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

México (I)

La primera vez que viajé a México me sorprendieron las pirámides, la plaza que llaman del Zócalo y las construcciones que podrían convertir al Defe en la ciudad más hermosa del mundo si no fuera por los efectos del petróleo, que se pega a las paredes tanto como al alma de los urbanitas del mundo en el siglo del automóvil. En el segundo viaje, me detuve en la gente, y descubría gestos, comidas y miradas que ya Hernán Cortés, Francisco López de Gómara o Bernal Díaz del Castillo habían apuntado en sus crónicas sobre Tenochtitlán. Buscaba los lugares donde se produjo aquella historia de amor y dolor, de tragedia y esperanza, de sueños y desgracias. Caminaba casi a diario por la Zona Rosa, cuyo rostro multicolor aparecía anotado en las crónicas antes de su misma configuración urbana, y me dejaba caer por el Zócalo y las calles aledañas (sobre todo en la calle Donceles, la de Aura, con sus numerosas librerías de viejo), en los mercados que recordaban a una curiosa mezcla del antiguo mexica y el castellano medieval. En esta ocasión, descubrí más librerías, y más, y más, cada cual más grande, y exagerada a la mirada de un europeo. Y me fijaba en el hermoso diseño mexicano, de sus casas, sus palacios, su cerámica, sus jardines… El Paseo de la Reforma se encontraba en obras, pero a pesar del polvo que se levantaba mi salida matutina del hotel resultaba grata, entre los numerosos obreros que se reunían en cada metro cuadrado de obra. Así sucedía también en los restaurantes, las calles y cuantos lugares visité. Cuando la globalización atrape definitivamente a México, imaginaba asustado, el paro va a aumentar irremediablemente. No obstante, las comidas, la música y el espíritu (o la reunión de todo en los canales de Xochimilco), en general, parecían alejar el fantasma de la globalización. Con todo, Wal-Mart había llegado para quedarse (no era el caso argentino, más favorable al modelo europeo de Carrefour) y la invasión progresiva del Norte continuaba notándose más allá de la lejanía de los tratados de Bucarelli. Sin embargo, México es aún México, seductor, ancho, amenazador y hermoso, y poblado de una gente singular que se llaman mexicanos, generalmente la gente más dulce que conozco. Otros pueblos van pereciendo y manteniéndose sólo por el recuerdo de una bandera, pero los mexicanos resisten como un coloso a los embates de la nueva era, que a codazos se abre por los intersticios de su mercado y sus medios. México, aun con sus desventuras políticas, parece el reino de la libertad –excesiva diría un europeo escrupuloso- y por ello continúa constituyendo la gran esperanza de los que hablamos español de responder en un frente común y libérrimo a los apretados retos del progreso que insiste aún en escribirse en inglés.

4 comentarios

even -

Maravillosa la descripción ambiental y sentimental de defe... Me ha encantado!

Dorado -

Hola Juan. WOW, pensar que hace un par de semanas estuviste por aqui. Soy mexicano y me agrado un buen tu comentario de mi ciudad. Precisamente ayer di un paseo por el centro historico, y estaba arrepentido por no llevar camara fotografica... disfruto tanto los edificios. oye dejame hacerte un comentario aca escribimos DF. son las siglas del Distrito Federal.

juan -

Petra, gracias. Lo de esa libertad es admirable. Sin duda es la ciudad más fascinante (que conozco) del mundo.
Besos. J.

petra -

Qué agradable volverte a leer Juan. No conozco México, pero siempre he tenido una admiración por ese país, su empeño en ser siempre México y no dejarse llamar Méjico, sutil detalle de su empeño en identificarse a sí mismo y defenderse de los vecinos dominantes... Un abrazo. P.