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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Manolo, el del bar, de fondo (I)

Los lectores de El obelisco y la cruz conocerán a Manolo, el camarero de La Esfinge que sirve a Seve al principio de la novela. La noche del primer día de julio se suicidó. Era el día de mi cincuenta cumpleaños. El sufrimiento ha sido tanto desde entonces, hasta que llegó lo de María. Y lo de María comenzó pronto, porque no pudo venir conmigo al entierro y al día siguiente se marchó de vacaciones con la mala. No, no hay miedo de ninguna infidelidad; siempre he confiado en María, al menos en ese aspecto. Y con la mala acompañándola, habría asustado a todos los veraneantes. Y me pido disculpas a mí mismo por ser algo cruel –debe permitírseme en estas circunstancias– y por no ser lo explícito que debiera con respecto a sus gracias físicas. Aún comienzo a vestirme por los pantalones aunque algunas no lo quieran así. En esos días que pasó junto a la mala –me pasa como en mis novelas: lo que odio, no lo nombro; no merece estar en mis páginas–, desconozco lo que ocurrió pero lo imagino: hablar de mí, y del adonis, claro. En la comparación, yo salía perdiendo a vistas de María. El caso es que la estancia iba a ser de un día, pero paulatinamente se fue prolongando hasta cinco o seis, no recuerdo. Y, además, desde la playa, me dice a mí, en esta meseta de casi cuarenta grados, que sólo se vive una vez, que hay que aprovechar. Yo sí que estaba de vacaciones después de haber terminado la novela, yo sí me podía permitir unas vacaciones, pero ella tampoco este año quería pasarlas conmigo. Y se buscó otra vez a alguien. Y pidió unos días libres para poder irse con la mala. Y ni llama cuando llega –a veces ni cuando se va–. Luego me dice que por qué no soy yo el que la telefoneo. Ella se marcha quién sabe dónde, y yo he de telefonear. Primero, que no quiero que mi llamada la sorprenda conduciendo; segundo, que ella no suele llevar el móvil, con lo que encontrarla resulta imposible; y, tercero, que aunque tuviera el teléfono y no estuviera conduciendo, por qué iba yo a llamarla cada día si es ella la que se ha ido y la que no quiere regresar. Y, después, lo mejor. María dice que cómo va a cargar con el móvil, que pesa mucho. Es cierto, eso dice. Menos cuando lo necesita porque van a llamar otras personas. Pero, en fin, decía que es cierto que se excusa con el peso del móvil. Como no lo lleva, me dice que yo tengo el número de la mala, que llame a su teléfono. O sea, yo telefoneo a otro aparato, además, el de la mala, para mantener una conversación privada con mi pareja. Y todo esto cuando a menudo la conversación pretendía que versara sobre la misma mala o sobre mi machista idea de por qué no regresas conmigo, por favor.

2 comentarios

juan -

petra, sí, ese poema es verdaderamente terrible y sobrepasa a cualquier imagen que yo hubiera vivido e imaginado, aunque en el fondo, ¿es muy diferente lo uno de lo otro?

petra -

A propósito, o no, un poeta que dice cosas terribles:

"Pasan el día pintando otro cuerpo
sobre su cuerpo, sudan
pintura con partículas de sangre
mezclada a su belleza.

Menos que meretrices, más que vacas,
merecen un establo
donde haya cien corridas de mujeres
en cuatro patas, con las ubres sueltas.

Estas fueron las bellas de otros días,
las que engañaron y mintieron
con sus hoyos tapados por la mugre
de la inocencia a precio de oro (...)". G. R.