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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

El tercer hombre (y II)

Y si hubiera un lector, diría con razón que debo olvidar el asunto de la mala, en el momento en que se mezclaron la envidia y la mentira, porque ya no tiene remedio, y que, por tanto, todo ha terminado. A lo hecho, pecho. Como se ve, voy a usar algún refrán y muchos dichos, populares y cultos, advierto, porque me son muy útiles. Pero a lo que iba era a la cuestión del tercer hombre, porque uno trata de colaborar –que no se olvide el listado de actividades–, aunque tal vez no sea lo suficiente. Pero es que resulta todo cuestión de mercado, desgraciadamente también: do ut des. Yo realizaría todas esas tareas si María regresara a pasear conmigo, si conversara conmigo, si me dejara opinar, si me preguntara mis pareceres, si no se enfureciera porque a veces difiero de sus posiciones, si me dejara besarla, si hiciéramos el amor, como antes, o si hiciéramos lo que fuera, pero como antes, por favor. Porque soy el tercer hombre, sí, pero voy camino del homo casi y sin bisbiseo, dada la inoculación de feminismo por la mala, no feminista, según ella, y por lo que me ocurre por las calles, sobre todo ahora que el calor aprieta en la ciudad. Digo esto porque uno es lo que es y a las mujeres se las ve lo que son, y ya digo que, sobre todo con el sol averanado. Y uno, sin querer, lo juro, la mira por ahí y ella se lo esconde o se siente indignada. Pero si es que no se puede evitar ver ni aunque mire hacia un lado, ante tamañas turgencias; pero si el tercer hombre aún ve, aunque sea sin querer, para que lo tachen a uno de machista, o de macho, que es peor; pero si es que al tercer hombre, o ya al cuarto, deberían construirle con los ojos hacia atrás, para no ver por delante. Aunque, ah, no, porque se posarían en las posaderas y eso tal vez resultara igualmente grave. Se busca el hombre de hormonas deshombradas.

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