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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Y lo que viene después es la nada (y II)

El caso es que después de todo, tal vez para ella y, a la larga, para mí, la mejor solución sea la separación. Hay demasiado de todo como para olvidar y dar marcha atrás. El orgullo herido de él y la fantasía en la que ella vive resultan malos consejeros. Y me pregunto, a propósito, si todas las mujeres, a quienes no conozco porque apenas me ha dado la vida para conocer un poco a una –y ahora veo que ni eso–, si este vivir más en la fantasía que en la realidad es propio de tantas o sólo de las que se han pegado a los culebrones y a las películas pésimas. No sé. ¿Qué hombre no se ha preguntado si su mujer, si la mujer de hoy, trabajadora o no, es una especie de mezcla sorprendente entre el Hombre con Tetas, Hamlet y Alicia Sin Wonderland? A mí, me parece que el hombre de hoy, pasado a diario por la batidora de una mujer sargento, ha terminado por ser un mujiombre, lo cual tal vez no fuera malo si todo quedara ahí. Pero es que después que el sargento se ha ascendido a capitán y a general y a generalísimo en tiempos de batallas caseras, resulta que le viene la hormona –y hablo sin saber del asunto, por suerte– y ella se convierte en la niña que a los cincuenta y un años –María tiene un año más que yo– piensa en un príncipe azul, que ya no soy yo, y en palacios por toda la geografía española, y en automóviles a mansalva, y en vacaciones trece meses al año. Y yo, que ya me iba acostumbrando a esto, ya no puedo desde el día en que la mala irrumpió en mi casa y María me sugirió que le pidiera disculpas:
– ¿Disculpas? Me insulta y espera a hacerlo precisamente aquí. ¿Yo tengo que pedir disculpas a alguien que viene a insultarme a mi casa...?
– Eso es, a tu casa, a tu casa... Siempre a tu casa. Cuando yo tenga mi casa...
Y yo entonces ya no pude más y me lancé contra la mala para decirle que no tenía por qué meterse en mi vida, que si la suya era tan desahogada respondía a que ella escribía best-sellers pésimos –esto sólo lo pensé– que la permitían disponer de ayuda remunerada en las tareas de la casa y, por tanto, de más tiempo para todo, incluso para el adonis. Pero le pedí, a mi manera, disculpas, con un ejemplar de mi última novela firmado y no sé qué más. Pero quedó aún indignada, aunque simuló no estarlo, pues se marchó de casa sin despedirse. Confieso que inconscientemente pretendo descargar a la amiga de la responsabilidad y le estoy imputando toda la culpa a la mala. Esa esperanza me quedaba: mi ex había sido obnubilada por el discurso sirénico de la mala; todo era producto de una fantasía más de ella, de esas que la alejan irremisiblemente de la realidad. Quería, necesitaba que ella quedara exenta de culpa (el rencor a menudo lo olvido en el armario o se desliza por el desagüe cuando me ducho por la mañana) o que su único delito fuera la ignorancia. Ansiaba engañarme porque la amaba, desde siempre y para siempre.

3 comentarios

petra -

Que mi abuela me perdone, pero mi empatía te encuentra algo (nótese "algo", pa'que mi abuela no me mande un rayo del más allá) de razón. Y sí, la amiga mala se torna demasiado amiga en estos tiempos... ¿porqué será? ¿sólo hormonas?

juan -

roberto, pues no lo sé. Algo de milenario y congénito sí tiene, pero sobre todo de frustración y envidia. JV

Roberto -

No hay una vacuna contra la maldad de la mala? Y así no escuchar sus cantos de sirena y dejar de sentir y vivir sus influencias y oirlas sólo como si fuera la lluvia... Será que no es un virus y sí es congénito y viene por ahí, de fábrica, en los paradigmas milenarios de nuestras amigas?