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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Malas (y IV)

Yo creo que Malas debería de hablar de eso, pero cuando escribía mi novela no existía ese libro ni conocía aún que la maldad de una mujer y la estulticia de otra pudieran provocar el torrente que llenó un vaso para el que sólo restaba una gota para colmarlo. Porque, efectivamente, nadie ha de arrogarse el derecho de meterse en vidas ajenas y menos a dirigirlas desde la misma casa a la que acaba de llegar como invitada. Y todo porque la amiganecesita de más tiempo para ella, porque aunque no tiene todo el tiempo del mundo para la casa él debe cooperar más aún de lo que lo hace. Y él, cansado de dedicar más tiempo a la limpieza de la casa que a su trabajo, el que les permite vivir en ese edificio y que ella salga constantemente de viajes y de vacaciones, decide una vez más contratar a una mujer que ayude en esas tareas. No, pero la amiga no quiere. Quiere –y no quiere– que él trabaje en la casa. Y digo que no quiere porque se acaba descubriendo que poco importa si él lo hace o no; lo que la amiga quiere es no hacerlo ella, y menos cuando no la apetece porque no está haciendo nada y eso la gusta más que hacer algo. Como la mala, la amiga quiere no hacer nada; o, como mucho, estar de vacaciones permanentes, aunque haya que empacar maletas. Lo de desempacarlas ya se pensará. A mí me horrorizaba el regreso cuando me acompañaba a las promociones, porque las maletas duraban días sin desempacar, y no me dejaba a mí hacerlo. Pero pensándolo bien, para qué recordar todo eso si ya nada queda de lo que fue y ahora es todo un infierno. Al menos, entre las llamas, veo la casa está más limpia, a veces.

2 comentarios

juan -

Petra,
sí, casi de terror por la tremenda incomunicación en que nos hallamos. Seguiré en otro capítulo.
Saludos. JV

petra -

Malas se avizora como una gran novela... ¿de terror?
¡Saludos! P.