Malas (II)
Por supuesto que cuando hablo de las otras malas no me refiero a las amigas sinceras, leales y justas de las que disfrutan algunas mujeres, e incluso muy pocos hombres. Me refiero a las otras, a las solas no por voluntad cuyos esposos abandonaron o prefieren la vida sin ellas, o les da igual que ellas estén o no en casa (no sé por qué empleo el plural, si me refiero a una sola mujer: la verdadera mala). Hablo de las mujeres ultrafeministas que dicen que no son feministas éstas son las peores y cuya vida se limita a no hacer nada, porque se han casado bien o porque su labor de funcionaria les deja demasiadas horas libres y el dinero suficiente para casi todo tipo de caprichos que provocan la envidia en las demás. Ese dinero y la posición la ejercen con una autoridad sobre las amigas voy a llamarlas amigas, por comodidad, que se quedan embobadas y asintiendo sus lecciones de ama de casa, de mujer y de amante. El procedimiento de la mala es complejo. Se mezclan sonrisas, actos generosos, confidencias, consejos, recomendaciones y censuras a lo tontas que son con sus esposos las que he denominado amigas. A menudo, la amiga se encuentra en una situación crítica y necesita charlas con otra mujer; la mala aprovecha la situación: aprueba cuanto la amiga expone, nunca la contradice, y ésta se siente segura de que su actuación con el esposo siempre ha sido primorosa, correcta y decorosa. Consecuencia evidente: el culpable es él. Y es el culpable de todo. Especialmente cuando se procede a la segunda fase: la mala comienza su enumeración de las bondades de su propio esposo. Éste no la hace ni caso, es un vago, y ni es un adonis (los hay) ni un adinerado galán (que no abundan). Pero tiene el poder del tono y de vez en cuando esconde su vaciedad o su nulidad tal vez su claudicación con una gracia, un gesto que emboba a algunas mujeres, o un tono especial que las embauca como una serpiente con su bisbiseo.
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