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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Y la crítica (I)

Al principio, María me leía cuanto yo escribía. Después, muy pronto, dejó de interesarla. De El obelisco y la cruz sólo ha leído hasta los cinco primeros capítulos. Yo insistía en que necesitaba que leyera más para que me diera su opinión, pues la consideraba en mucho como crítica hacia mi obra. Pretextaba excusas de lo menos convincente. Por ella comencé a redactar una novela más accesible, si se quiere usar este término, para evitar sus evasivas y, por supuesto, también porque mi concepto de la narración había variado en los últimos años. Pues resulta que en más de un lustro que me duró la confección de la obra, no pasó del capítulo quinto. Yo sé que a pesar de todo la estructura se complica, que los personajes son bastantes, y que en algunas ocasiones el léxico puede no ayudar a María. Pero a ella la atraían las tramas policiales, las aventuras del barrio con mis amigos de la infancia, las correrías por la Universidad... Creí que esta novela la gustaría y no pasó de las cincuenta páginas. Con esa actitud, ¿cómo me va a dar fuerza para continuar con la obra? Si alguien que supuestamente me quiere, o me soporta, diré, no es capaz de leer por mí, aunque no la guste, una novela que yo he escrito, ¿qué harán los lectores, que ni me conocen ni les intereso lo más mínimo? ¿No es un desaire mayor hacia mí y hacia mi obra, hacia el objeto que nos permite vivir con dignidad? Y pido perdón a mi libro por lo de objeto, pero se me entiende. ¿Tanto aburre? ¿Tanto aburro? Pues se me dice y se acabó. Porque para mí ella era mi mejor crítica. Me animaba su sonrisa, me activaba el cuerpo y la mente su caricia mientras leía el manuscrito aquí en pie junto a mí, me contravenía en algún punto o escena que pensaba que no convenía. Yo que leo y releo sus papeles profesionales, casi cada día, lo cual no me molesta para nada, he de decirlo, ¿no merezco, siquiera como contrapartida, que se lea mi trabajo? Y aseguro que mis narraciones son más interesantes que los informes y formularios que me toca corregir a mí. Y, lo más importante, ¿qué amor, o cuánto amor hay si la supuesta persona amada no se esfuerza un poco en ti? Pero no quiero continuar con este asunto, porque tampoco se levanta del sofá o de donde esté a hacerme el favor de moverme cualquier cosa por no sé qué razón, lo que al principio califiqué de actitud feminista pero que a menudo considero vicio de desidia, que se aplicaba sólo hacia mí y todo lo mío.
Pero lo de la crítica me ha venido por algo que deseaba comentar acerca de lo que me ha ocurrido esta semana cuando presenté El obelisco y la cruz.

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