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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Así es todo

En un principio, era ella. Ella significó una sacudida de tal envergadura en mi vida que la única solución era el matrimonio. Pasamos un noviazgo no demasiado largo porque no queríamos perder el tiempo. Necesitamos un año para que ella obtuviera una licencia sin sueldo y aprovechar los doce meses que la concedieron para efectuar los asuntos personales que requiere un cambio tan importante en la vida. Permaneceríamos juntos un año y después ya veríamos lo que podríamos hacer. Pronto llegó nuestro segundo aniversario y, por tanto, la fecha de su regreso a Huelva y aún no sabíamos qué rumbo tomar. Lógicamente, su trabajo era fundamental para ella y por entonces yo sólo podía algo difícilmente mantenernos. Entonces se publicó mi segunda novela. La primera pasó desapercibida, pero yo tenía grandes esperanzas en la segunda, Historia de los días y las noches, y la crítica fue muy positiva. Las ventas, en cambio, resultaron escasas. Sin embargo, ahora he de decir que con el tiempo la novela se ha vendido muy bien. El boca a oído se ha convertido en la forma óptima en que mis obras se han ido defendiendo bajo las tempestades comerciales en que se embarcan las grandes editoriales. Por fin, El obelisco y la cruz viene avalada por un sello importante y no requerirá de las luchas iniciales contra títulos célebres para encontrar un hueco en las estanterías de las casas de algunos lectores. Y esto después de no haberlo conseguido en los escaparates de las librerías de, cuando menos, mi ciudad, a la que he convertido en el marco excepcional en el que se desarrollan tramas que van del drama romántico al cuento gótico, de la novela histórica a la ficción fantástica. Valladolid, sí, es mi musa. Mi sueño era convertirla en una especie de capital tan fértil como las de Dumas, Galdós, Doyle o Auster.
Como decía, por entonces, cuando se publicaba mi segunda novela, debíamos tomar una decisión. O se regresaba, o se quedaba conmigo sin trabajo. Ella decidió permanecer a mi lado. Cuando uno tiene treinta años piensa que le ha llegado toda la fortuna de un golpe. Diez años después, las dudas han opacado por completo el horizonte. Y veinte más tarde, uno se encuentra en la situación en que yo me hallo ahora: las dudas han dado paso a la incredulidad y al ansia de cambio. A los cincuenta, se ha de sobrevenir el vértigo ante ese nuevo paso al frente, y a esto sí que no pienso llegar, porque sé que ese paso no ha de ser necesariamente al abismo, me parece. Pero hace dos décadas, la ilusión se reflejaba en el rostro de María tanto como en el mío; nuestra casa era un elíseo feliz y la cama, un campo de batallas dulces y feroces en las que a diario nos ejercitábamos. En el presente, el pasado es una ficción antigua y ante el peligro de ésta ha de lucharse para que la realidad se imponga. Así es todo. Pero hay que comenzar por el principio, como ya dije. El caso es que en los primeros tiempos de convivencia comencé incluso a impartir clases de inglés fuera de mis horarios de clase para poder sobrellevar la casa. Al año, sin embargo, María había encontrado aquí un buen trabajo. Comencé a verla menos, pero la economía iba mejor, lo que parece hoy en día más importante que la relación misma. Cierto que con una buena relación de pareja puedes irte a la cama a diario, pero con dinero llegas a más partes. Así se mira hoy todo hasta que uno se da cuenta de que por qué en cama propia si se puede en ajena. Al poco, decía, caí en una depresión atroz. Mientras caminaba por el filo de esa navaja, sentía que ella comenzaba a menospreciarme y a rechazarme. Cuando salí de ese estado y vi la realidad diáfanamente, comprobé que efectivamente ella me menospreciaba tal vez por haberme dejado arrastrar por la pesadilla del desaliento y me rechazaba porque había dejado de ser un mito vivificante para, sin pasar por el estado de hombre, convertirme en un bicho nauseabundo. La depresión ha sido más larga de lo que pensé, me dije. Efectivamente, cubrió desde el principio hasta el fin de nuestra relación, porque lo que hubo después no puede calificarse ya como una relación madura y auténtica sino como un simulacro tácitamente pactado, y lo que hubo antes de todo es lo de siempre, los preámbulos felices en que todos nos embobamos. Y ya he dicho antes que eso, que el pasado es ficción.

2 comentarios

juan -

Bienvenida y gracias.

petra -

"elpasadoesficción"...ummm, te estaré visitando caballero, me he quedado con ganas de más ficción.
Saludos. P.