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Vida y opiniones del caballero Juan Vergescott

Ningún lugar sagrado

Había insistido a mi librero hacía semanas para que me encontrara el libro de cuentos de Rodrigo Rey Rosa, un colega guatemalteco autor de varias novelas y de esos relatos que había escrito tras su experiencia en Nueva York y posiblemente en su estadía en Marruecos junto a Paul Bowles. El título ya era muy sugerente: Ningún lugar sagrado, un librito de 1997 donde tal vez se oirían ecos del salvadoreño Horacio Castellanos Moya y de Paul Bowles, su traductor a la lengua de George W. Bush. Rey Rosa abandonó Guatemala huyendo de la masacre perpetrada por el gobierno a instancias de los vecinos de penúltimo piso más arriba del territorio americano. Así lo denunció el cuento que titulaba el volumen en un estilo prodigioso de sencillez y de ingenio. Y Nueva York le empujó a Marruecos, donde ha creado algunas aventuras fascinantes en escenario norteafricano. Pinta Nueva York como el territorio de la desilusión, de la miseria y de la insolidaridad. Un centroamericano no puede entender esa forma de vida y ante personajes como el chef, como el ucraniano enloquecido por los libros esotéricos, como los poetas cuyos versos explican los elementos que intervienen en la composición de una bomba y como los carceleros de las prisiones privadas de la ciudad que se enriquecen a costa del delito de los marginados, el primer paso es el psicoanálisis y el segundo, la huida.
La expresión "Ningún lugar sagrado" indica el nuevo objeto idolatrado por la psiquiatra: el sexo del guatemalteco-escritor-paranoico que escribe su aventura. ¿Es real esa ilusión? Estamos de nuevo ante el poder extremo del escritor: la invención de una nueva realidad en la que su narrataria se convierte en su pareja de juegos amatorios. ¿O ese lugar sagrado es el Nueva York de los rascacielos visto con los ojos ilusionados del exiliado guatemalteco?
No nos queda ya ningún lugar sagrado a los ciudadanos del siglo XXI. La patria puede ser cruel y la utopía acaba no respondiendo a las expectativas. En el mundo globalizado no se extiende el sueño sino la pesadilla. Tan sólo quedan los espacios que constatan su misma asacralidad: libros como los de Rey Rosa, sencillos, sensibles, sensatos, tranquilos, valientes, breves. Ningún lugar sagrado es uno de los pocos lugares sagrados que nos convencen de la desolación del hombre que ha perdido sus paraísos en la tierra.
Siempre, al menos, queda el arte.

4 comentarios

Juan -

Even,
según mi ex-periencia, sí la adolescencia es muy paradisíaca. La infancia no lo es tanto. Yo recuerdo que sufría de niño, pero más de adolescente. A pesar de todo, la adolescencia fue una etapa extensa y muy feliz, con un algo de ansiedad por ser adulto (que conseguí ya hace 20 días), pero con la locura de querer vivir la vida a enormes tragos, y no sólo de cerveza. Tan feliz fue que cuando yo tengo recuerdos, casi siempre son de la adolescencia. Bueno, yo creo que pasé de bebe a adolescente sin pasar por niño, y me estoy haciendo a la idea de que ya he madurado (pero es sólo una intención que he de comprobar).

even -

Siento discrepar... No creo que sea matemático que el paraíso está en la infancia. Si me permitis una apreciación personal, mi paraíso, o el paraíso que ahora me interesa, está en la adolescencia. En general, se sobrevalora la infancia y se menosprecia ese fino hilo dorado que constituye la adolescencia. Hay gente a la que no nos gustaba demasiado ser niño (vulnerable, limitado, manejado). Por eso fue tan hermoso comenzar a probar las mieles de ser adulto en ese espacio abrupto, cortante y doloroso que es la adolescencia, el único momento de la vida en que se cree que todo, absolutamente todo, es posible.

Juan -

Petra,
sí es cierto que algunos títulos son ya un prodigio, y en eso era muy especial José Donoso, desde la que me mencionas a El obsceno pájaro de la noche y Donde van a morir los elefantes. En lo de la infancia estoy muy convencido en que efectivamente es la infancia. Además, según se van acumulando los años, aquella edad que queda tan lejana resulta más hermosa. Además, con los años a la melancolía la va sustituyendo la nostalgia.
Besos. J.

petra -

Me hiciste recordar las palabras de un querido amigo que solía decirme a menudo que el paraíso perdido estaba en nuestra infancia. Recuerdo que cuando me dijo eso, se activó una forma de reconocimiento de las cosas que si bien podría denominarse de sagrado, en la infancia sólo se trata de lo que es real.
Interesante título para una novela, hace poco leía "en medio de ninguna parte" (Coetzee) y pensaba en "el lugar sin límites" (Donoso)... títulos que por sí solos dan una visión increíble..
cariños. P.