© El vendedor de historias (y II: el nombre [b2-2] Vicente Huidobro)
La crítica y el público se hicieron bolas con mi nombre. Debí haberle puesto José Luis, como antes me gustaba nombrar a los protagonistas de las historias cuando aún no publicaba. Todos me decían que todo era real, que lo había vivido. Algunos me censuraron incluso la facilidad de una escritura que era una representación excesivamente fiel de la realidad: cosa fácil, vamos. Varios que me conocen en la ciudad me llamaban para que les explicara dónde estaban las ruinas de las que hablaba en la novela, donde se encuentra la fíbula, y me preguntaban por las fechas de las migraciones y de las inundaciones de que hablaba. Alguno buscó en El Norte de Castilla para indagar sobre el crimen de la cruz, y buscaron en internet el caso del obelisco escocés. Sí, provocó una serie de problemas. Pero en el fondo a mí me agradó el resultado: nombrar con mi nombre al protagonista, aunque éste no tenía nada que ver conmigo, aunque sí mucho de lo que me hubiera gustado ser. Entonces además eran los momentos en que yo iba abandonando la insatisfacción para instalarme definitivamente en la infelicidad. Necesitaba que otro viviera lo que yo no podía vivir y despojarle de los atributos de los que yo me sentía incapaz de desprenderme.
Con otro nombre me quería crear a mí mismo. No buscaba la confusión en los lectores y en el público. Buscaba la confusión en mí mismo: así podía ser otro durante el tiempo que duró su escritura. Además, para algunos, voy a ser otro sempiternamente. Eso era y es lo hermoso.
La realidad auténtica quedaba vencida por la creación de una nueva realidad. ¿No era eso lo que postulaba Vicente Huidobro? Me había convertido en un poscreacionista. Aunque, en puridad, todos los escritores somos pre o poscreacionstas. Sea como fuere, una nueva realidad se abría ante mis ojos, extensa y rica, para poder caminar a diario e instalarme a habitarla, con sus calles y personajes, que ya eran parte de mi mundo nuevo dispuesto ante mí para ser descubierto.
Con otro nombre me quería crear a mí mismo. No buscaba la confusión en los lectores y en el público. Buscaba la confusión en mí mismo: así podía ser otro durante el tiempo que duró su escritura. Además, para algunos, voy a ser otro sempiternamente. Eso era y es lo hermoso.
La realidad auténtica quedaba vencida por la creación de una nueva realidad. ¿No era eso lo que postulaba Vicente Huidobro? Me había convertido en un poscreacionista. Aunque, en puridad, todos los escritores somos pre o poscreacionstas. Sea como fuere, una nueva realidad se abría ante mis ojos, extensa y rica, para poder caminar a diario e instalarme a habitarla, con sus calles y personajes, que ya eran parte de mi mundo nuevo dispuesto ante mí para ser descubierto.
6 comentarios
Juan -
sí. No hay que dejarse vencer por el gris, como en aquella novela de Michael Ende: "Momo".
even -
Juan -
estoy más que convencido de ello. Somos absolutamente "post" y los medios de masas nos anclan cada vez más a ese estatus. El proyecto moderno acabó, sí, pero yo creo que es hora de retomar algunos aspectos, sobre el diálogo y la interculturalidad.
Besos. J.
petra -
Cariños, P.
Juan -
pues sí que es cierto eso del valor. Por otra parte, nuestra realidad es cada vez más gris, cada vez poseemos menos experiencias interesantes, cada vez la competencia de otros medios es mayor, y hay que crear. El autor debe crear para que el lector crea.
even -